KIERAN:
Me detuve de golpe, clavando mis garras en la tierra húmeda y levantando apenas un poco de polvo. Mi pecho se agitaba, no solo por la carrera, sino por la visión que Atenea había señalado. Frente a nosotros, en el corazón del claro, las brujas se habían reunido alrededor de un altar improvisado. Sus cánticos resonaban como un eco oscuro en el aire, entrelazándose con la energía que parecía vibrar incluso en las raíces de los árboles que nos rodeaban.
—El aquelarre está invocando algo —dijo Atenea en mi mente, su tono cargado de preocupación—. Esta magia no es común. Los cánticos cobraban fuerza, y el centro del altar resplandecía con una luz plateada que me era demasiado familiar. Podía sentirlo en el aire, en mi sangre, como si la misma luna estuviera descendiendo sobre nosotros. —Est