CLARA:
La felicidad que irradiaba mi hermana Claris era tan abrumadora, tan pura y potente, que me sentí incapaz de contenerla. Era como si una avalancha de emociones ajenas hubiera invadido mi ser, golpeándome como una ola que no podía esquivar. Mis piernas temblaron, y antes de desmoronarme emocionalmente, me aferré a Fenris, buscando un ancla, un sostén. Él, sintiendo mi estado sin necesidad de palabras, me rodeó con sus brazos protegiéndome, con una calidez que contrastaba con la vorágine que se desataba en mi interior.
Con un entendimiento inmediato, Fenris decidió sacarme de la consulta. Me guió fuera del lugar con delicadeza. Apenas cruzamos la puerta, se detuvo de golpe, y antes de que pudiera expresar la confusión y el torbellino de emociones en mi pecho, me tomó suavemente el rostro, inclinándose para besarme. El beso fue&hellip