El eco de los aullidos, ahora más cercanos y resonantes, parecía sacudir los cimientos mismos del Monasterio de la Sombra. No eran aullidos de dolor o desesperación, sino un llamado ancestral, un grito de guerra que anunciaba la llegada de Lysander y su manada. Para Aeric, ese sonido era un bálsamo, una promesa de que la soledad y la incertidumbre que lo habían atenazado durante la batalla estaban a punto de disiparse. Lysander estaba aquí, y con él, la fuerza y la esperanza que necesitaba para seguir adelante.
La puerta de la cámara, ya debilitada por los combates, cedió con un estallido final cuando Lysander la embistió con su hombro. La imagen que siguió quedó grabada en la mente de Aeri