El ambiente en el comedor estaba cargado con esa extraña calidez que surge cuando todo parece estar bien, pero algo bajo la superficie se siente fuera de lugar. Leonard y Alan conversan emocionados sobre los planes para el tren, mientras yo los observo desde mi asiento. Alan no deja de reír y hacer gestos exagerados con las manos, dramatizando cómo será la estación que construirán. Leonard lo escucha con genuino interés, asintiendo cada tanto y haciendo preguntas, como si el tren fuera un proyecto multimillonario de su empresa.
“Esto no puede durar,” pienso mientras los observo. No puedo evitar sentir una punzada de culpa al verlos tan felices. En medio de todo, sigo analizando cada palabra de aquella llamada, esas amenazas sin rostro que me hacen dudar.—Buenos días, cuñada —me saluda David, que está acompañado de Gloria y sus hijas. Son menores que Alan, una de cuatro a&n