La habitación se llenó de un silencio cargado de emociones contenidas. Libia, mientras intentaba procesar las palabras de Martín, miraba a Manuel con una mezcla de sorpresa, ternura y confusión. Era como si su mente tratara de recomponer las piezas de un rompecabezas que había quedado inconcluso años atrás.
Manuel, por su parte, se quedó inmóvil. Su respiración era profunda, y las lágrimas que aún rodaban por sus mejillas parecían delatar una batalla interna entre asimilar la verdad y controlar la tormenta de emociones que aquello implicaba. —¿Mi hijo...? —susurró Libia, con su voz apenas audible, mientras extendía una mano trémula hacia Manuel. Él dio un paso hacia adelante, pero se detuvo, como si temiera cruzar un límite invisible. —¿De veras? ¿Cuánto he dormido? —M&aac