En la cárcel de mujeres, las rejas suenan con sus chirridos infernales. Una mujer guardia se acerca y se detiene frente a mi celda.
—Señora Lyssa, sígame. Tiene visita —anuncia ante mis ojos asustados. Sigo a la guardia, pensando que a lo mejor es Leonard de nuevo. Pero mi desilusión es grande cuando, detrás del cristal, veo la imagen de mi esposo sonriente. —¿Qué haces aquí, Rodrigo? —pregunto de inmediato—. ¿No habías salido del país huyendo? —¿Así es como me recibes, esposa? ¿Crees que soy tan fácil de atrapar? Nunca me fui de aquí —responde él con una sonrisa siniestra. —¡Lárgate! ¡Tú y yo no tenemos nada! —me pongo de pie—. ¡Guardia, guardia! —Deja el aspaviento —me amenaza Rodrigo y a&nt