Lyssa se pasea de un lado a otro, como un león enjaulado, mientras la sonrisa sardónica de Cintia se profundiza con cada palabra. Puede que Lyssa sea una excelente abogada, pero su juicio en situaciones así de personales a menudo deja mucho que desear. No importa cuántas veces lo haya demostrado, siempre termina empantanada en sus propias emociones.
—Serás todo lo que quieras, Lyssa, en tu país —hablo yo, también tomando jugo mientras me siento—, pero aquí no eres nadie. Además, no creas que no sabemos por qué estás aquí. ¿Creíste que no nos íbamos a enterar?Lyssa se detiene un momento y me mira fijamente. Mira hacia la ventana, donde la luz del día parece ofrecerle un respiro, aunque sea breve. Su furia la consume, pero también sabe medir la realidad, aunque a veces lo olvide envuelta en sus propias pasiones.—No sé de