La sangre me subió a la cabeza de un golpe. Sentí que el calor me inundaba desde el cuello hasta las orejas mientras miraba la pantalla en estado de shock. Leonard, sentado a mi lado, no movió ni un músculo. Pero conocía ya lo suficiente de su lenguaje corporal como para saber que esa aparente calma escondía algo mucho más intenso, algo contenido con gran esfuerzo.
Mis manos se crisparon sobre mis rodillas mientras intentaba mantener la compostura. No podía creer que aquella escena fugaz, tan íntima, estuviera ahora siendo devorada por millones de espectadores morbosos. Seguimos mirando la televisión sin reaccionar. La joven locutora seguía hablando con los demás sonriente. —Y eso era cuando era muy joven el señor Leonard, me imagino ahora. —Habla sonriente la locutora pelinegra. Luego baja la voz y dice: —Aunque hay rumores que después de e