Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl palacio real brillaba bajo el sol de la tarde como una joya engastada en oro. Catalina Álvarez caminaba por el pasillo más largo que jamás había recorrido, envuelta en metros de tul y encaje blanco que hacía suspirar a las damas de honor a su paso. Su vestido era una obra maestra: corsé de cristales Swarovski, falda de tule suspendida en capas perfectas, cola de tres metros bordada en hilo de plata. Parecía salida directamente de un cuento de hadas que había ensayado en su mente durante años.
Las multitudes gritaban su nombre desde las gradas dispuestas a lo largo del camino hacia la catedral. "¡Catalina! ¡Catalina! ¡Catalina!" Sus mejillas se enrojecían de puro placer mientras saludaba, permitiendo que sus dedos enguantados de blanco rozaran las manos extendidas de extraños que deseaban tocarla.
Cámaras parpadeaban como luciérnagas cegadoras. Reporteros gritaban preguntas que ella fingía no escuchar. Pero lo hacía. Oía cada palabra, cada halago tembloroso.
"La novia más hermosa del año. Una reina nacida de verdad. El príncipe Elian ha capturado el corazón de una diosa."
En primera fila de la catedral, sentados incómodamente en sus sillas de terciopelo dorado, estaban Camila y Alejandro. Camila mantenía las manos enlazadas sobre su regazo, una sonrisa de cortesía pintada en sus labios como una máscara bien ensayada. Pero sus ojos traicionaban la tormenta que ocurría tras esa expresión neutral. No era envidia, ni resentimiento. Era compasión teñida de un conocimiento que Catalina aún no poseía.
Alejandro, en cambio, no podía apartar la vista de ella.
Catalina brillaba de una manera que hacía que todo lo demás desapareciera. Su cabello rubio caía en ondas perfectas desde debajo de la diadema que una vez perteneció a las reinas de tres generaciones. Su sonrisa era radiante, perfecta, como si el universo mismo estuviera girando para complacerla.
"Debería haber sido mía", pensó él, y la amargura de esa verdad le ardió en la garganta como veneno.
El enlace fue impecable. Las palabras se intercambiaron como joyas. Los anillos brillaron bajo la luz de las vidrieras. El príncipe Elian, con su perfil de moneda y sus ojos de color ámbar, besó a Catalina con la precisión de alguien que había ensayado ese gesto mil veces.
Mientras los asistentes aplaudían, Catalina imaginaba ya los titulares que dominarían las portadas por las próximas semanas.
"La princesa más bella en la historia del reino. La gemela afortunada que capturó la corona. De sombra a soberana: el cuento de hadas de Catalina Álvarez."
"Camila podrá tener su contrato comercial y su empresario sombrío", pensó mientras descargaba la mano sobre la de Elian en el pasillo central. "Pero yo tengo una corona. Yo tengo poder verdadero. Yo tengo todo lo que importa."
Una hora después, en una sala privada del palacio que hacía que la mansión Montes pareciera una cabaña rústica, Catalina fue presentada a la realidad de su nuevo mundo.
El salón estaba amueblado en tonos oscuros y pesados: terciopelo borgoña, oro antiguo, retratos de ancestros que miraban desde las paredes con severidad glacial. No había calidez. Solo poder, linaje, y la frialdad de transacciones que habían sido negociadas durante siglos.
El rey Rafael estaba de pie junto a la chimenea, sus ojos grises tan penetrantes como dagas de hielo. La reina Margot permanecía sentada en un trono de respaldo alto, sus dedos adornados con diamantes descansando sobre su regazo como armas.
Elian estaba de espaldas, mirando por la ventana como si quisiera estar en cualquier otro lugar.
—Esperamos que tu... pasado no manche la reputación de esta familia—, dijo el rey sin preámbulos, su voz tan fría que Catalina sintió el aire congelarse en sus pulmones. El énfasis en la palabra "pasado" fue deliberado, humillante.
Catalina abrió la boca para responder, pero la reina Margot levantó una mano.
—Tu contrato nupcial—, anunció, deslizando un documento hacia ella sobre la mesa de caoba. El papel era pesado, oficial, y escrito en una caligrafía tan pequeña que requería un esfuerzo concentrarse en las palabras.
Catalina leyó mientras el silencio la asfixiaba.
Si no producía un heredero dentro de doce meses, el matrimonio se anularía automáticamente.
Si violaba alguna cláusula moral o social, su familia Álvarez enfrentaría una penalización de cincuenta millones de euros.
Si la familia real consideraba que ella "dañaba la imagen pública" de la corona, la unión podría invalidarse sin compensación alguna, dejándola como una concubina desechada.
"Es imposible", pensó, leyendo las palabras una segunda vez, como si aquello fuera a cambiar su significado. Pero no lo hizo. Las palabras se quedaron exactamente donde estaban, congeladas en tinta negra.
—¿Hay algo que no comprenda?—, preguntó el rey con un tono que sugería que realmente no le importaba si comprendía o no.
Elian finalmente se giró. Cuando sus ojos encontraron los de Catalina, ella buscó algo en ellos, algún vestigio de la gentileza que había mostrado durante el corto noviazgo. Pero lo que encontró fue una ausencia completa de emoción, como si estuviera mirando a un retrato de sí mismo en lugar de una persona viva.
—Eres hermosa—, dijo, su voz tan controlada que cada palabra sonaba como si la hubiera medido con un instrumento de precisión— Pero ya fuiste besada por otro hombre. No esperes amor, Catalina. Solo mi deber.
Las palabras cayeron como piedras en agua tranquila, creando ondulaciones que se extendieron a través de toda su existencia.
La reina Margot sonrió, un gesto que resultó ser infinitamente más peligroso que cualquier expresión severa que pudiera haber mostrado.
—Tu familia debe sentirse orgullosa—, dijo, sus palabras rezumando sarcasmo—. Han vendido bien a una hija. Aunque usada.
La palabra quedó suspendida en el aire como un insulto tangible. Catalina sintió como si las paredes se cerraran a su alrededor, como si el piso bajo sus pies se desmoronara en lodo invisible.
"Usada."
Allí estaba, la verdad que había estado evitando desde el momento en que supo que no sería ella quien se casaría con Alejandro. Ella ya no era una mojigata, ya no era prístina, ya no era la princesa de cuento de hadas que todos creían que era. Era un objeto dañado que alguien tenía que aceptar porque el precio era lo suficientemente alto.
El reflejo de Catalina en el espejo dorado que colgaba sobre la chimenea fue hacia donde su mirada se dirigió. Vio a la princesa perfecta que todos habían aclamado hace apenas una hora. Pero detrás de esa perfección había ojos rojos de lágrimas, labios temblando, y la comprensión terrible de que había sido vendida a personas que no la querían, que la despreciaban antes incluso de conocerla realmente.
Por un instante fugaz, el rostro de Alejandro pasó a través de sus recuerdos. Alejandro, quien la había mirado durante años con adoración. Alejandro, quien habría besado el suelo en que ella caminaba. Alejandro, de quien había escapado hacia este palacio frío.
"¿Cuándo tomé la decisión equivocada?", se preguntó, pero no había tiempo para responder.







