Capítulo 5

George y Max vieron llegar a Peter y disfrutaron de su cara de incomodidad. En cierto modo, ellos habían cuadrado verse en ese restaurante a propósito solo para fastidiarle un poco.

—No sé por qué nos vemos acá, bien pudimos ir a la casa de cualquiera de los tres —dijo el jefe de seguridad.

Los otros dos rieron al escucharle.

—Tranquilo, Peter —dijo George—. Algún que otro platillo gourmet no te comerá, menos la gente. Se supone que es al revés, tú te comes a la gente y al platillo.

La risa de los otros dos jefes se escuchó en varias mesas. En cambio, a Peter solo le faltó rebuznar de molestia e incomodidad.

—¿Ya le contaste todo? —preguntó el agente a Maximiliano.

Éste respondió con una negación de cabeza.

—No entiendo tanto misterio —dijo el abogado.

—Lo que sucede es que Dios está de nuestro lado —habló Peter.

George arrugó mucho la cara.

—¿Dios? —preguntó George mirándole extraño—. ¿Desde cuándo mencionas a Dios? —Peter se tomó un sorbo de agua casi congelada que un mesonero había dispuesto para cada uno—. ¿Me pueden decir de qué rayos hablan? —insistió el hombre vestido de traje gris marengo.

Maximiliano, quien se había quitado el saco color negro y se había rodado las mangas de su camisa blanca, comenzó a explicar:

—Mi nueva asistente es nada más y nada menos hijastra de Ferit Turgut. —George cambió su expresión por completo al escuchar aquella información—. Me lo ha confesado ella misma. Y por supuesto, Peter investigó de ella lo que ha podido hasta ahora y se enteró…

—Que su nombre es Lisa Díaz, no Lenis Evans —interrumpió el agente de seguridad. George seguía escuchando atentamente. Su cara parecía de molestia, pero era muy difícil saber qué pensaba o sentía. Eso solo podían saberlo ellos tres. Peter le lazó una carpeta—. Ahí lo puedes ver.

George miró el folio y lo abrió. Detalló los documentos con cara de póker. Escaneó con su mirada la foto de la tal Lisa Díaz, quien era la copia exacta de la mujer que acaba de conocer en la sala de juntas, aunque las diferencias entre ambas mujeres hacía que fuese confuso reconocerla. El cabello de Lisa era casi rubio, no sonrió para la cámara y se le veía más joven. Lenis Evans, la asistente de Max, llevaba el cabello negro y con suaves rulos, no liso como el de la foto. La vio sonreír en persona y bien podía decir que le quedaba bien ese semblante, que así se veía mejor, pero sus ojos… Esos ojos grises estaban allí. En la foto, apagados. En persona, parecían tener vida propia.

—Se lo tenía bien escondido —susurró para sí el abogado, pero ambos hombres lo escucharon y sabían de quién hablaban.

El mesonero vino, tomó las órdenes y al momento, llevó a la mesa el almuerzo de cada uno.

—¿Crees conocerla lo suficiente como para saber por qué te confesó quién era su padre?

Maximiliano, ante la pregunta de George, no dijo nada de inmediato, pero al final respondió:

—Lo único que sé es que ella es nuestra llave para traer a esa rata de vuelta.

—Aún no sé cómo lograrás eso —intervino Peter—. Sabemos que el exilio fue comprado, pero no sabemos si su hijastra está enterada de eso, o si le colabora. Por alguna razón cambió su nombre y conociendo el personaje, no me extraña que él tenga que ver en eso, que ella se le quiera esconder. Solo hay que averiguar cuáles son sus razones.

—Según ella, no quiere medios siguiéndola ni que la vinculen con los asuntos del turco —contó Max, sobre todo a George, ya que Peter sabía ese detalle.

Los tres hombres, en medio de sus propios pensamientos, siguieron aprovechando su tiempo de almuerzo.

—Él tiene que pagar por todo lo que nos hizo —aseguró Max, con la mente en posibles formas de lograrlo.

—Tíratela —opinó George, mientras pinchaba un bocado de su bistec con papas.

Peter se echó a reír.

—Imbécil —dijo Max y era la segunda vez que se lo decía en el día—. Ella no es un trapo para limpiarse el trasero.

—¿Pero sí un objeto para la venganza? —repicó el abogado.

Ambos hombres se miraron, entonces Max entendió que George lo estaba probando.

—No sabemos si ella es víctima o no de Ferit —dijo el empresario.

—Todo lo que tenga que ver con ese hombre no puede ser bueno —opinó Peter.

—No sabemos nada…

—No puede ser —interrumpió George las palabras de Max.

—¿Qué no puede ser? —quiso saber el CEO.

—No me lo puedo creer... Te gusta esa mujer. —George lanzó la servilleta de tela a la mesa dando por hecho su deducción.

Maximiliano lo miró serio.

—No tiene que gustarme una mujer para tratarla como se merece. Ese eres tú, que vives tratando a las féminas como la ropa interior que te pones.

—¿Las “féminas”? —repitió George con el rostro muy arrugado y una medio sonrisa.

—A veces trata mejor a su ropa interior —enfatizó Peter, riendo y haciendo reír a Max.

El abogado se los quedó mirando, hizo una mueca con la boca y asintió.

—Está bien, acepto que no he sido tan… —Tomó un sorbo de su bebida para no completar una frase sobre algo que ni él sabía explicar—. ¿Cuál es el plan?

—Alguno de nosotros tiene que lograr que ella se encuentre con él, darnos la ubicación y entender cuál es la historia detrás de su cambio de identidad —dijo Peter—. No es casualidad que haya pedido plaza en el consorcio. Algo me dice que ese maldito de Turgut no se cansará hasta vernos hundidos y que lo está haciendo a través de ella.

—Primero, hay que averiguar si ella nos miente o no; si es verdad o no, que no desea que la vinculen con su padrastro —dijo Max—. Si todo es cierto, significa que en cualquier momento retomará contacto con su madre. Debemos conseguir que también logre encontrarse con él.

—Si todo es verdad, ella no querrá hacer eso por nada del mundo  —opinó George.

—Pues, yo creo que sí, ¿sabes por qué? —habló Max—. Su madre aún sigue con Ferit.

La mueca y el movimiento de las cejas de George dijeron: “Ah… Ok”.

—Entonces es cierto, en algún momento ella deberá hablar con su madre —dijo el abogado—. Lo que debemos hacer es rastrear su teléfono, fácil —resolvió el abogado.

—Se acaba de comprar una línea telefónica —informó Peter—. Ya la mandé a intervenir, pronto tendré sus registros.

—Bien —dijo George. Miró a Max—. Podemos esperar eso, o mientras tanto, tú podrías meterte en su cabeza, querido Max.

El CEO hizo un gesto en negación y pensó por un momento.

—Lo que debo hacer en enfrentarla, despedirla…, no deberíamos tenerla cerca, sin embargo, algo me dice que también es una víctima. —Peter y George se miraron—. Ella fácilmente puede ser una de nosotros.

Luego de un momento de silencio, donde aprovecharon para terminar de comer y pensar, el abogado habló:

—¿Qué más sabes de ella? —le preguntó a Peter—. La has estado siguiendo, ¿no? ¿Qué averiguaste?

El agente exhaló.

—No tiene amigos ni se relaciona con ninguno de sus vecinos. Tampoco tiene pareja. El día de la feria salió sola, recorrió un poco, paró a comerse algo, se bebió una cerveza y se regresó a casa.

—¿Salió sola en la feria? —preguntó Max algo desconcertado. No conocía a ninguna persona en esa ciudad que se enferiara en solitario.

Peter asintió.

—Espérate un momento —habló Max de nuevo—. Si ella colabora con Turgut, debió haberse camuflado más para nosotros. No lo hizo. Sabemos que no es de aquí, por eso no conoce a nadie, ahora tiene lógica. Así que evidentemente todo apunta a que se esconde. ¿Y qué tanto vamos a pensarlo? Se esconde del imbécil de su padrastro. Quizás, qué le habrá hecho esa lacra…

—Yo la veo bien —opinó George, siendo muy irónico con el comentario—. Ella habrá dicho la verdad, no quiere que la relacionen con él por todas las estafas en su contra. ¿A caso no estamos haciendo lo mismo al no contarle a nadie quiénes somos? —dijo, haciendo muecas que marcaban lo evidente.

Se hizo otro silencio, esta vez más prolongado.

—Ok —intervino George nuevamente—. Creo que tengo un plan, pero tienen que colaborar conmigo, es decir, hacerme caso. Sobre todo tú, Peter. Ella no te gusta, lo sé. Sé que no confías en ella, te conozco. Yo tampoco confío, Max… tampoco lo hace, pero debes colaborar. Amárrate esas ganas de joderla que tienes y escucha bien lo que tengo en mente.

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