CAPÍTULO 5

La joven detenida abrió su boca de par en par y sintió cómo si el techo le cayera encima. Quiso articular palabra, pero no pudo, el nudo en su garganta se fortificó, aprisionándola, así como el sentimiento agónico de las paredes amenazando con aplastarla.

—Esto… —miró a la mujer, luego al vidrio. Y haciendo silencio por un par de segundos, entendió que lo que allí sucedía parecía un circo de mal gusto—. ¿Dónde está él? —Sus palabras atravesaron la presión de sus dientes—. ¡¿Dónde está Gael?! ¿Está allí? —Señaló el gran espejo con su cara—. Él está allí viendo todo, ¿no es así? ¡Gael! Mírame, Gael, mira bien mi cara, ¿qué te he hecho yo para que me hagas esto? ¿Qué? ¿Por qué me estás haciendo esto?

Ambas mujeres dieron un brinco al escuchar la puerta abrirse de manera intempestiva.

—¡¿Qué rayos sucede acá?! —exclamó la mujer policía—. Estoy en medio de un interrogatorio.

Se trataba del novato.

—Disculpe, teniente, tenemos una información de suma importancia que debe revisar.

—¿Qué información? Esto es absurdo.

—Debe verla usted misma.

La respiración de Sofía se sostuvo mientras esa especie de conversación se llevaba a cabo delante de sus ojos.

—Muy bien, seguimos en breve.

—Espere, ¿se va? ¡Espere! —gritó Sofía—. Aclaremos esto de una vez, tengo que ir por mi hijo.

La oficial se levantó de forma brusca de la silla, recogió la carpeta y salió, cerrando la puerta tras de sí con un golpe seco.

De inmediato, Sofía miró hacia el espejo, quería revisar el papel dentro del bolsillo. Presentía que detrás de aquel panel se encontraba el propio Gael observándola, disfrutando ver cómo le echaba culpa de algo que no hizo.

Descansó su espalda en la silla de una forma inclinada para poder ver de qué trataba todo ese misterio del bolsillo. Fue así como logró divisar la pequeña hoja, hasta enfocar las palabras escritas a bolígrafo.

“Tu hijo está bien, esperará por ti en la guardería, confía en mí. L.”

Un aluvión de consuelo cayó sobre su cabeza y bañó todo su cuerpo. El sentimiento fue tan poderoso que tuvo que llorar, aunque evitando hacerlo con demasiado vigor, sostenido pero liberador, un llanto necesario para poder sentir que aún seguía con fuerzas.

Miró a la nada, tomó aire, sacó las manos dejando el papel dentro de la chaqueta…

—¡Ven conmigo!

Sofía alzó su rostro, muy asombrada, con el susto corriendo por sus venas. El oficial L. Vos entraba a la sala como un tsunami arrasador y se acercaba a ella con un brazo estirado para ayudarla a levantarse.

—¿Qué sucede?

—¡Tenemos que irnos ya! ¡Muévete, Sofía! ¡Ya, ya, ya!

Como si la luz de todos los sagrados túneles no fuese blanca, sino de un color intenso, la joven Sofía se aferró a la masculina mano de ese salvador y no la soltó mientras ambos corrían por el mismo pasillo que recorrieron juntos luego de llegar a ese edificio.

—¡Sigue!

La adrenalina como una posición de tinta, energizó los pasos de la chica, concentrándose en sus pisadas y en la espalda azul oscuro de ese hombre que se la llevaba.

—¡Por acá! —Vos corrió con ella, llegó a una camioneta negra y la soltó para poder abrir la puerta del copiloto—. ¡Sube!

—No, ¿qué? Pero, ¿qué pasa? ¿Para dónde me llevas? ¡Estamos cometiendo un delito!

—De allí no ibas a salir, Sofía. Ese maldito de Cliff te está jodiendo feo. Sube si quieres volver a ver a tu hijo, ¡sube!

Un segundo, dos segundos… Encontró determinación en los ojos de Vos y subió, aquel cerró la puerta, rodeó la camioneta, se subió y arrancó incluso antes de que él cerrara la suya de golpe.

Sofía se agarró al asiento para no tambalearse gracias a la gran velocidad a la que iban.

—¡Ahh! ¡No quiero morir! ¡Dios! —fueron las únicas frases que pudo gritar antes de darse cuenta el camino que tomaban.

—¡Ponte el cinturón!

Sofía miró hacia atrás, dándose cuenta que nadie les seguía. Miró hacia delante, percatándose de que todos los semáforos estaban en verde. Su corazón estuvo muchas veces a punto de escaparse por su boca, pero ya estaba hecho, era una fugitiva, se había dejado llevar por ese hombre que la sacó de la manera más estrepitosa en pleno interrogatorio de la policía.

Cubrió su cara con sus manos y se aferró a Dios, pidiendo por su vida y por la vida de su pequeño Liam, cuando de pronto, la velocidad amainó.

Bajó las manos y miró para todos lados. «¿Estamos en el Maternal de Liam?», se preguntó.

—Hazlo rápido. Entra, tomas a tu hijo y sales de inmediato. Yo te esperaré.

—¿Qué? Pero…

—¡Vamos, Sofía! Esto no tarda en convertirse en un circo.

Sofía no reaccionaba. Ya estaba imaginándose las sirenas, los disparos, ¡la cárcel!

—¿Qué hemos hecho? —susurró, con nuevas lágrimas en sus ojos.

Él tomó sus manos y las apretó.

—Te lo juro que esta era la única salida, te lo juro. —Ambos respiraban con dificultad—. Ya te lo dije, Sofía. Confía en mí.

Ella tragó la sequedad de su garganta y se despegó de aquellas manos para descender del carro e ir por su pequeño.

Caminó de prisa, sin correr, porque no quería que nadie sospechara que algo malo pasaba. De igual manera no sabía cómo aplacar la urgencia apoderándose de ella.

Subió la pequeña serie de escaleras hasta una puerta doble de color ladrillo que siempre solía encontrarse cerrada. Le sonrió al vigilante, un afroamericano muy amable que le dejó entrar.

Sin dar ninguna explicación, transitó por los pasillos correspondientes hasta dar con el aula de maternidad, siempre sonriendo, gesto fingido que solo se volvió sincero al ver a su pequeño.

—¡Amor! Ven con mamá. —Se encontró con su retoño en medio camino, él hacia ella y ella levantándolo después para plantarle besos y abrazos—. ¿Cómo estás, mi belleza? ¿Cómo te fue hoy en la escuelita?

—El pequeño Liam se ha portado excelente hoy —informó una de sus cuidadoras, la única que se encontraba en la desolada aula. Era una mujer un poco baja de estatura de cabello corto y negro, vestida con el uniforme reglamentario y un delantal estampado—. ¿Está todo bien? Nos preocupamos mucho por usted cuando supimos que iba a tardarse y sobre todo cuando fue un oficial de policía quien nos lo informó.

Sofía se paralizó por un instante, regresando rápidamente a tierra.

Sonrió.

—Es un amigo. Estoy gestionando una mudanza y mi casera se ha puesto un poco borde, por eso tardé y él se ofreció a venir. Disculpen, no logré llamarles.

La maestra arrugó levemente sus cejas, pero no dejó de sonreír.

—No se preocupe. ¡Adiós, pequeño Liam! —le dijo, mientras la madre y el niño se alejaban a toda prisa, inmediatamente después de que Sofía casi arrancara el morralito de su hijo de las manos de la educadora.

Sofía abrazó fuerte a su bebé y regresó velozmente hacia el vehículo que ya la esperaba con la puerta abierta. Se montó y Vos arrancó casi con la misma velocidad anterior.

Él manejaba, concentrado, pero no pudo evitar mirarles de vez en cuando, alternando el camino con la imagen de esa mujer abrazando a su pequeñín con fuerza y angustia en la mirada.

Cuando la joven madre vio dónde se encontraban, sintió su pecho presionarse de nuevo. La camioneta fue estacionada entre una Vans y una pared, y se apagó el motor. Vos, aún con sus manos sobre el volante, suspiró.

—¿Por qué estamos en el aeropuerto? —preguntó ella.

—Al contrario de lo que puedas estar creyendo, nadie te perseguirá, porque nadie tiene un cargo en tu contra.

Ella no entendió lo que él le estaba diciendo, se lo demostró en un gesto. Él miró al nene, inocente de todo lo que sucedía.

—Aún no sé exactamente qué se trae Gael Cliff, pero no es nada bueno, como casi todo lo que hace esa familia. La denuncia en tu contra es falsa…

—Claro que es falsa —cortó ella en su propia defensa.

Él enseñó sus palmas pidiéndole con eso que se calmara.

—Lo vi. Sobre todo la cantidad que metieron en tu cuenta el día de hoy.

—Cien mil dólares. Jamás he visto tanto dinero en mi vida.

—Dinero sucio, querían ensuciarte con él. Creemos que con la intención de quitarte al niño. ¿Sabías que Gael está pronto a casarse? —Sofía abrió sus ojos y negó—. Su futura esposa es la hija de un millonario.

—¿Qué relación tiene ese matrimonio con todo esto y conmigo?

—No lo sabemos, pero tiene que ver. Le diste un hijo que siempre fue un estorbo para él. Ahora, de la nada, te quiere alejar metiéndote en la cárcel. Créeme, algo tiene que ver, pero no puedes quedarte para averiguarlo. No pueden quedarse para averiguarlo.

Ella cambió su expresión.  

—¿Qué quieres decir?

Él suspiró, sintiendo algo fuerte en su pecho que no supo cómo interpretar.

Giró su cuerpo, echando un brazo hacia atrás y trajo consigo un morral de cuero que parecía un poco pesado.

—¿Qué es eso?

—Toma.

Ella maniobró con Liam para tomar aquel bolso que él le entregaba.

—Tu hermana te va a esperar.

—¿Qué? —Ella sonrió sin nada que le diera gracia—. Mi hermana tiene años en España.

—Lo sé. Y tú irás a visitarla. —Sofía no daba crédito—. Investigamos rápidamente y supimos que tienes una hermana allá. La llamamos…

—¿Qué? ¿Y… quiénes?

—Ella comprendió todo y te estará esperando.

—Pero… ¿Cómo…? ¡Esto es una locura!

—No. Locura es lo que el padre de Liam estuvo a punto de hacer hoy.

Sofía abrió la mochila, dentro estaban su pasaporte y el de Liam, dos pasajes de avión y un sobre con dinero.

—¿Entraste a mi apartamento? Estos pasaportes estaban allí. ¿Cómo…?

Él no respondió y ella se enfrascó en seguir revisando. El sobre guardaba una cantidad considerable de dinero, aunque no excesiva. Debajo, ropa, enceres, no muchas cosas, pero todas de mujer y algunas de bebé.

—Será un viaje largo, querrás ponerte otra ropa, tal vez un abrigo. Cómpralo con ese dinero y deja un poco por si tienes que comprarle algo al niño.

—Tengo cosas en el apartamento…

—Tu hermana se encargará de eso.

—Esto es… —Miró a la nada, luego a él—. ¿Cómo fue que salimos de la estación sin que nos persiguieran?

Vos no quería explicarle nada de eso y mucho menos con el poco tiempo que tenían.

—No trates de responderte esas cosas. Solo… ten bien presente que nadie te buscará, nadie irá por ti…

—¿Entonces por qué huyo como si en verdad fuese una delincuente?

—Porque lo mejor es que salgas un tiempo del país, que visites a tu hermana y… ¿no tienes problemas económicos? ¿No fue por eso que tuviste que contar con el dinero de ese imbécil? La mejor idea ahora es que no estés aquí. —Vos no quería decirle que era él quien se metería en problemas y que al investigarle, aparecería ella, que no quería perjudicarla y que las cámaras que muestran alguna evidencia de su cita en la estación, serían borradas en breve.

Por su parte, Sofía comprendió que tal vez detrás de aquel espejo en esa sombría sala de interrogación se estaba desarrollando algo grande, que Gael estaba implicado y ella quedaba en medio. También comprendía que ese oficial que tenía a su lado la había salvado y que ahora debía despedirse de él.

—¿Por qué me ayudas?

Vos se quedó quieto, mirando directo su rostro. Él no tenía la contestación a esa sencilla pregunta.

—Porque es lo correcto —prefirió responder y sintió que faltó mucho por decir.

Liam miró a su mamá y colocó sus manitas en su rostro. Ella cerró sus ojos, tomó sus pequeñitas palmas y las besó, oliendo el perfecto aroma de la ternura.

Inhaló, exhaló y abrió la puerta.

—Estoy muy agradecida contigo, te pagaré por todo y por este dinero.

Él apretó los dientes, no supo qué responder, no solía ser bueno aceptando agradecimientos, tampoco halagos.

Sofía se bajó con un poco de dificultad. Él la ayudó a que fuese tomando poco a poco sus cosas, pero cuando él pensaba que ya se iría, ella le miró de nuevo.

—La chaqueta… —dijo, empezando a quitársela.

—Quédatela. No es demasiado buena para el frío, pero te ves bien con ella puesta.

Sofía se ruborizó un poco y mirando para abajo, recordó la nota.

Metió la mano en el bolsillo derecho y sacó el papel que él dejó allí para ella.

—¿De qué es la L? —Él hizo un gesto de no entender—. La L de tu nombre. Aquí firmaste con la inicial de tu nombre, no con tu apellido.

Él sonrió tenue, de labios cerrados y mirándola a los ojos, le dijo:

—Leonel.

Sofía no imaginó que ese era el nombre y de inmediato estuvo de acuerdo que era uno maravilloso y que jamás lo olvidaría.

—Entonces, Leonel Vos, ¿nos veremos algún día?

Él quiso sonreír más abiertamente, pero no pudo hacerlo.

—Si llegamos a encontrarnos —agregó ella—, dejarás que te compense por todo esto. Noto que eres duro para recibir adulaciones. No lo tomarás como una y estaremos a mano.

Ambos se quedaron mirando, pero el pequeño Liam comenzó a removerse, así que ya era hora de decirle adiós a su salvador.

—Cuídate mucho, Sofía. Y cuida mucho al pequeño Liam.

—Lo haré. —Cerró la camioneta y se alejó unos pasos.

Para llegar al aeropuerto faltaba camino, ya que el oficial se estacionó retirado de las puertas principales de aquella edificación. Con el peso de Liam y los dos bolsos, fue un poco difícil caminar más a prisa. Cuando faltaban un poco más de cien metros, un grupo de sirenas que claramente eran de patrullas se escucharon a lo lejos. Alarmada, se giró y pudo ver que no eran por ella. Cuando quiso corroborar si eran por él, se percató que ya Leonel se había ido. 

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