Es una ofensa para Sofía. Ha sido humillada en la vida, pero esto fue demasiado. Intenta mantener la calma para no decirle a ese viejo hasta de qué se va a morir. Sabe que debe hacer oídos sordos y también ciega para lo que sus ojos contemplan, como Francesca toca a Leonardo, le propina besos en la mejilla. Total, es un caos en su interior que quiere gritar para desahogarse.
—Mi orden ha quedado claro, ¿o debo tomar medidas extremas? —Su pregunta provoca un silencio sepulcral. Sofía para ocultar aún más su disgusto, lleva sus manos hacia atrás y las empuña, clavando sus uñas en las palmas de sus manos.
—Sofía sabe perfectamente su papel, padre —dice Leonardo—. Ella está para complacer a mis hijos, y eso solo fue una petición de mi hija.
—¡Pero entre los jefes y empleados hay límites! —espetó.
—Chiara es una niña.
—Y desde entonces, ¿dónde se les enseña?
—Mientras esté bajo mi protección, la dejaré disfrutar, ya que tengo muy en claro el futuro de cada uno de mis hijos, y es