—Leonardo, no puedes decir eso, dejándote llevar por la ira.
—¡Cállate! —la reprende—. ¡No quiero escucharte más! Te doy 10 minutos para que te vayas de la casa y te despidas de los niños. Si no sales en 10 minutos, yo misma te saco de aquí.
—¡No puedes ser tan cruel! No me hagas algo así, Leonardo... Acepto que hice mal, pero te amo y no quiero perderte.
—¡10 malditos minutos! —la sentencia, y se encierra en el baño como alma que se la lleva el diablo.
Se mete bajo la regadera, pone el agua en modo frío y recuerda a Sofía. —¡Joder! —golpea la pared con fuerza—. Esto no puede estar pasando.
Francesca busca su móvil y, al encontrarlo, busca un número telefónico. —¿Quién? —una voz gruesa y amarga contestó.
—Soy Francesca Russo, busco al cabecilla Valentino Di Napoli —habla en voz baja mientras se coloca los tacones.
—Un momento —le responden, y ella se apresura en salir de la habitación.
—Querida, es agradable escuchar tu voz —habla el cabecilla.
—Señor, necesito verlo,