La madre de Zoe respondió:
—Gracias, querida. Las dejaré solas. Pero, Zoe… mi amor… comer también es cuidarte. Y yo sé que esa fuerza la tienes dentro. —Acarició el rostro de su hija y, antes de salir, besó la frente de Celina—. Cuida de ella, barrigoncita. Y cuídate tú también.
Cuando la puerta se cerró, Celina se acercó con el plato de sopa en las manos. Se sentó al borde de la cama y tocó el hombro de Zoe.
—Amiga… mírame.
Zoe tardó, pero finalmente giró el rostro, los ojos llenos de lágrimas.
—No tengo hambre, Celina…
—Pero vas a comer. Aunque sean dos cucharadas. No solo el cuerpo necesita energía. La mente, el corazón… todo en ti está agotado, lo sé. Pero esta sopita de tu madre no es solo comida. Es amor puro.
Tomó una cucharada y la acercó a la boca de su amiga con una sonrisa dulce y decidida.
—Anda, solo una. Por mí.
Zoe bufó, contrariada. Pero abrió la boca y dejó entrar la cuchara. El sabor la golpeó como una caricia en el alma. Era simple, casero, cargado de afecto. Ensegu