Celina, sumergida en su propia voz, se hundió en el vacío de su mente. La tristeza, esa vieja compañera, volvió a ocupar el lugar a su lado en la cama. Era familiar, casi cómoda. Pasó un buen tiempo llorando sin importarle la almohada mojada o el frío de la madrugada que comenzaba a instalarse.
Cuando los ojos finalmente comenzaron a secarse, y los sollozos se transformaron en silencio, se levantó lentamente. Con movimientos automáticos, se puso un camisón ligero, caminó hasta el armario y buscó ropa de cama limpia. Cambió las sábanas y las fundas como quien trataba de borrar lo que había pasado ahí momentos antes. Cuando terminó, se quedó unos segundos parada, mirando la cama. Parecía tan limpia... tan fría.
Con un impulso súbito, caminó hasta la puerta del cuarto y sostuvo la perilla. Se quedó ahí parada, el corazón disparado, imaginando la reacción de Thor si la viera. Pero el valor se le escapó por los dedos. El miedo de ser rechazada vino con fuerza. Miedo de ser solo un error m