Celina salió del consultorio médico con las piernas temblorosas, sintiendo el corazón martillar contra el pecho. Cada palabra de la ginecóloga resonaba en su mente como un martillo en vidrio frágil:
"Un mes y tres días."
"Necesitamos programar tu control prenatal."
Entró al carro casi en automático y cerró la puerta con fuerza. Sus manos temblaban tanto que tuvo que sostener el volante por un instante antes de encenderlo. Pero, en lugar de arrancar, bajó la cabeza y apoyó la frente en el cuero frío del volante.
—No... esto no puede estar pasando... —susurró, su voz quebrada por el shock.
Cerró los ojos, tratando de encontrar una falla, una posibilidad de error. Pero los cálculos eran claros. El padre de su hijo solo podía ser una persona.
Thor Miller.
Su jefe.
El hombre que odiaba con cada fibra de su ser.
El hombre arrogante, prepotente, frío e insensible. El hombre que la trataba como si fuera desechable, como si su existencia se resumiera al trabajo que hacía para él.
Y ah