Celina se volteó viendo a una mujer hermosísima entrar sin vacilación. Sintió el estómago desplomarse.
—¡Qué ganas tenía de verte, amor!
Celina quedó paralizada.
Sus ojos instintivamente bajaron a las manos de ambos.
Allí estaban las alianzas doradas.
Thor se levantó de la silla con una expresión cerrada, pasó por Celina sin decir una palabra y siguió a Isabela hasta el corredor. Celina permaneció sentada, con el corazón disparado y un nudo formándose en su garganta.
Del lado de afuera, la voz áspera de Thor resonó, aunque él tratara de contener la irritación:
—Isabela, ya te dije que no quiero interrupciones en mi trabajo. Esto es inaceptable.
—Estás tomando esto demasiado en serio, amor —respondió ella, haciendo pucheros—. Solo quería verte.
—No es el momento. Vete a casa. Hablamos después.
Isabela puso los ojos en blanco.
—Deja de ser aburrido, amor.
Thor se aclaró la garganta y, con visible irritación, dijo:
—Joder, Isabela, ya te dije y no lo voy a repetir otra vez, v