Celina estaba concentrada digitando nuevos contratos y revisando lo que Thor había dicho que estaba mal. Pasó toda la mañana enfocada en eso y solo se dio cuenta del tiempo cuando su estómago rugió, indicando que ya era hora del almuerzo.
El teléfono en su escritorio sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Al contestar, escuchó la voz autoritaria de Thor:
—Ven a mi oficina inmediatamente.
Sin tiempo para cuestionar, Celina se levantó y caminó hasta la oficina del jefe. Al entrar, él ni siquiera la miró, solo ordenó fríamente:
—Ve al restaurante donde suelo almorzar y trae mi pedido.
Celina se sorprendió por la audacia de él y, sin pensar, replicó:
—¿Cómo es eso?
Thor arqueó la ceja y habló con mucha frialdad:
—¿Eres sorda?
Celina respiró profundo para contener su irritación y respondió con firmeza:
—No soy sorda, señor. Pero ¿no sería más práctico pedir por el servicio de entrega?
Él se levantó y se acercó, quedando a pocos centímetros de ella. La mirada intensa de Thor la de