Pasaron los días, Lissandro había decidido ahogar lo que estaba sintiendo por Anna, por lealtad a su hermano y aunque apenas coincidían, Anna y Lissandro se cruzaban a veces en la casa. Luz intentaba acercarse a él después de la pelea que tuvieron, pero Lissandro la repelía con frialdad.
Una tarde, Anna estaba en la cocina preparando muffins de arándano. Leandro trabajaba en su oficina, y ella, distraída, tarareaba y bailaba suavemente al ritmo de la música.
La puerta se abrió de pronto. Lissandro apareció en el umbral, cruzado de brazos, mirándola con una media sonrisa, quiso salir pero no pudo despegar sus ojos de Anna bailando al ritmo de la música.
—Bailas bien —dijo con tono burlón.
Anna se quedó inmóvil, el rostro encendido de vergüenza.
—Pensé que estaba sola… —respondió cortante, volviendo al bol con la masa.
El silencio se tensó unos segundos.
—¿Qué cocinas? —preguntó él al fin.
—Muffins de arándano. A Leandro le encantan.
Lissandro ladeó la cabeza.
—Ya veo… la típica novia p