Anna dormía profundamente. La respiración pausada, los labios apenas entreabiertos, y una calma nueva que por fin parecía haber llegado después de tanto dolor.
Lissandro permanecía sentado junto a ella, con una mano apoyada sobre su brazo, vigilando cada movimiento.
La puerta se abrió con suavidad.
Lucía entró despacio, con una sonrisa nerviosa.
—¿Cómo está? —preguntó, dejando una pequeña bolsa sobre la mesa de noche.
Lissandro levantó la mirada, cansado pero aliviado.
—Mejor. El doctor dice que está recuperándose, aunque todavía necesita descanso.
Lucía se acercó y la observó con ternura.
—Qué bueno… mi amiga es fuerte.
—Sí —dijo Lissandro con una leve sonrisa—. Más de lo que cualquiera imagina.
—¿Qué dijo el médico exactamente?
—Que está fuera de peligro. Tiene que comer dieta blanda, nada de esfuerzo ni sobresaltos.
Lucía asintió.
—Ya veo.
Lissandro suspiró y se puso de pie.
—Lucía, la dejaré a tu cargo un rato. Tengo que revisar algo urgente, pero volveré pronto.
—Ve tranquilo. Si