Nunca Podría Olvidarte

Notando que había omitido su título de agente especial, Mike bajó los brazos y aceptó su firme apretón de manos.

—Maddox —dijo el primer agente—. Mira quién es el conductor. —Levantó una bengala para que su compañero pudiera ver el interior.

Michael Maddox hizo una mueca de dolor y miró hacia otro lado.

—Shahbaz Wahidi. —Golpeó a Mike con una mirada sombría—. Podría habernos sido útil.

—No quería matarlo —dijo Mike, experimentando muy poco remordimiento—. Se estaba escapando. Tenemos que volver con Kamila. —En ese mismo momento, detectó el aullido de sirenas que venían de ambas direcciones.

—Puede estar tranquilo —dijo Michael, traicionando sus antecedentes militares—. No intente nada.

—Llame a su otro hombre —insistió Mike—. Dígale que no arranque la caravana.

—Ya le oí —dijo el agente, buscando su teléfono—. No se preocupe. La policía local iba de camino cuando nos fuimos.

«Eso es porque yo los llamé», pensó Mike, exasperado. La ansiedad le hizo subir la presión arterial. Odiaba se
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