La luna bañaba de plata el ventanal de la hacienda cuando Xavier llegó en la camioneta negra, el rugido del motor imponía respeto en medio de la noche. Dionisio lo había mandado a recoger al aeropuerto y lo esperaba en la sala, con un decantador de bourbon ya abierto y dos vasos servidos. Apenas se saludaron con un apretón de manos fuerte, sin palabras de cortesía innecesarias: había urgencia en el aire.
Luego de un abrazo y un saludo cordial Xavier tomó el vaso con la bebida que Dionisio le ofreció.
—¿Cómo estuvo tu viaje?
—No estuvo tan mal.
—Me alegro. Te mandé a preparar la habitación de invitados.
—Gracias. Bien, Dionisio… —dijo Xavier, dejándose caer en el sillón de cuero frente a él, con esa sonrisa ladeada que siempre ocultaba un veneno—. Suéltalo ya. ¿Qué pasó con tu famoso jinete de oro?
Dionisio tomó un sorbo de bourbon antes de responder, el fuego del licor le ardió en la garganta.
—No pierdes tiempo.
—No sería divertido.
—Lancelot me traicionó… o más bien, yo me engañé. T