Unas horas después, las risas de las mujeres pronto rodearon a Xavier. Ellas intentaban llamar su atención con frases coquetas, pero él, con un gesto teatral, tomó la mano de Dionisio besándola y dijo en voz alta:
—Este es mi mejor amigo, mi compañero de batallas. Lo seguiría hasta el fin del mundo. Lo siento chicas no puedo dejarlo simplemente.
El murmullo se expandió como pólvora encendida. Para las mujeres, con sus mentes cargadas de sospechas y prejuicios, aquello solo podía significar una cosa: Dionisio y Xavier eran pareja.
El estómago de Lancelot se revolvió. Los celos lo consumieron como brasas ardientes en el pecho cuando escuchaban los comentarios. No soportó más. En cuanto vio a Dionisio alejarse de Xavier un momento, quedó la presa abierta. Se movió entre la multitud como un toro dispuesto a embestir y lo alcanzado, tomándolo del brazo con rudeza.
—Venga conmigo, ahora —le gruñó entre dientes, arrastrándolo hacia la parte trasera de un establecimiento cercano, lejos de los