Clavel y Camelia observaban a los pequeños que les habían sido arrebatados antes de nacer a sus padres, yacían en la habitación, débiles y enfermos. Cada uno de sus cuerpos frágiles era una dolorosa evidencia del tiempo de sufrimiento y negligencia que habían soportado. Su corazón se encogió de dolor y añoranza mientras luchaba por contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse.
Marcia, estaba sumida en una profunda culpa y desesperación. Su rostro estaba empapado de lágrimas y sus sollozos desgarradores llenaban el aire. La carga de responsabilidad que recaía sobre ella por no haber podido proteger a sus hijos se convertía en un peso insoportable. Cada lágrima era una plegaria desesperada por deshacer el pasado, por cambiar el curso de los acontecimientos y rescatarlos de la oscuridad en la que habían vivido. Clavel, por su parte se lle