391. POR FAVOR, AYÚDAME A HACERLA FELIZ
Miller respiró hondo, sintiendo el peso de la declaración de Ariel. Por primera vez, quizá, empezó a ver claro aquello que Ismael le había repetido tantas veces: Ariel y Camelia eran inquebrantables. No perfectos, no fáciles, pero sí completamente reales. Era algo que él no podía romper, no porque no tuviera fuerza para intentarlo, sino porque entre ellos dos no había fisuras que él pudiera aprovechar.
El capitán permaneció en silencio, asimilando. Ariel, satisfecho de haber sido claro, bebió el último trago de su cerveza, pero esta vez su gesto no era de celebración ni tampoco de relajación. Quería dejar espacio para que el capitán dijera lo que tuviera que decir. Lo miró con un respeto que parecía casi fraternal. No con desafiante superioridad, sino como quien comprende a su interlocutor y le deja el lugar para co