326. CONFESIONES HONESTAS
Ariel bajó la mirada, sintiendo cómo el rubor subía por su cuello hasta sus mejillas. Sus manos, que hasta hacía un momento se movían con seguridad, comenzaron a temblar ligeramente. Un nudo se formó en su garganta mientras luchaba contra los recuerdos que siempre había intentado mantener enterrados. Respiró profundamente, consciente de la mirada incrédula de Camelia sobre él.
La vulnerabilidad que sentía en ese momento era casi insoportable; nunca había hablado de esto con nadie, pero ahora debía desnudar su alma ante la mujer que amaba. La vergüenza se sentía como un peso aplastante sobre sus hombros. Cuando por fin logró levantar la mirada para encontrarse con la de su esposa, su rostro reflejaba dolor. Las palabras que estaba a punto de pronunciar le quemaban en la garganta, pero sabía que era el momento de compartir su verdad, por más dolorosa que fuera.
—Sí, Cami... es verdad —logró articular, mientras seguía moviendo la esponja sobre los pechos marcados de su esposa. El agua