Ariel corre hasta alcanzar a Camelia, que caminaba detrás de sus suegros que avanzan con sus nietos. La abraza, contento de haber regresado a ella, caminan felices, tomados de las manos junto a los demás, por un hermoso jardín florido que Aurora no se cansa de alabar, pues fue ella la de la idea. Queda junto a una pequeña cascada. Se sientan en unos bancos debajo de un frondoso árbol.
—¿Hasta cuándo vamos a vivir aquí, amor? —pregunta Camelia sonriente. —¿No te gusta? Es muy hermosa y tranquila esta isla —respondió Ariel que se había recuperado por completo. —No es eso, quiero volver a mi vida, al trabajo. A caminar por las calles sin miedo. No puedo seguir aquí escondida—dice Camelia extrañando su vida pacífica. —Está bien, papá ya había mencionado eso —cue