Al sentarse en el auto, entendió que nunca sería madre, al menos, no como había soñado. De pronto, Marcia se vio desdibujada; su vida entera perdió valor, porque ella, como el mundo a su alrededor, consideraba que ser mujer era igual a ser madre. Lloró desconsoladamente hasta no tener más lágrimas.
Amaba a su esposo más que a nada en el mundo y ahora comprendía por qué él huía. Regresó a la oficina para encontrarlo tirado en el sofá, con las lágrimas rodando por las mejillas. Lo abrazó y ambos lloraron, sintiéndose los más desdichados del mundo. Luego vino el duelo silencioso, sin decirle nada a nadie.Dejaron de asistir a las comidas, a las fiestas, a reuniones con amigos, a las comidas en casa de sus padres, solo para escapar de las mismas preguntas: ¿Cuándo tendrán un hijo? Para ambos era agotador el enorme sufrimiento