Con infinita delicadeza, Ariel apartó a Camelia de su pecho, enmarcando su rostro entre sus manos como si sostuviera el más preciado tesoro. Sus ojos se encontraron en una mirada profunda; los de ella, cristalinos por las lágrimas contenidas, reflejaban un mar de dudas y vulnerabilidad. La contempló por un instante, absorbiendo cada detalle de su expresión, antes de volver a estrecharla entre sus brazos con una intensidad abrumadora.
Era un abrazo que transmitía más que protección: era una promesa silenciosa, un juramento de que nada ni nadie podría dañarla mientras él estuviera a su lado. Cuando por fin encontró su voz, ésta emergió cargada de una emoción cruda y sincera que nunca antes había dejado entrever, como si las murallas que siempre había mantenido alrededor de su corazón finalmente se hubieran desmoronado ante el poder de aquel mom