Megan
Ha pasado una semana desde el ataque y también de la última vez que vi a Ezequiel. Miro la nieve caer por la ventana del balcón, el clima es sumamente frío.
Mi padre ha dicho que lo necesita en algunas de las operaciones de seguridad después del ataque y él… no ha escrito, no ha dicho nada, ni siquiera se ha despedido de mí.
Ahora comienzo a pensar que es una despedida definitiva, ahora comienzo a entender que en realidad yo no era su principal ocupación. Me remuevo de nuevo entre las sábanas y escucho cómo es que llaman a la puerta por enésima vez.
—Mi niña, hora de comer —dice Dona y se adentra para encontrarse con el desayuno casi intacto—. Megan… no has desayunado.
—No tengo hambre Dona —digo sin asomar mi cabeza de la cama.
—Eso no está bien, mi niña puedes enfermar, puedes… por favor come algo —niego de nuevo y no respondo—. No puedo verte así…
—¿Por qué no se ha despedido de mí, Dona?, ¿acaso no importo?, ¿acaso no le importa que un loco casi… casi abusa de mi y…?