Diles a mis hijos que los amo muchísimo.
Isabella dejó a sus hijos con sus padres y siguió al doctor hasta la sala de cuidados intensivos.
Cuando llegó hasta ahí, la chef efectivamente vió al hombre ruso que tenía los ojos abiertos, pero eso no lo hacía ver mejor.
— Sergey... Sergey... Estoy aquí. — Isabella lloraba. — ¿Cómo... cómo te sientes? No tienes color en el rostro.
Sergey con la poca fuerza que tenía y con la mano temblorosa llegó a ella, se la puso en la mejilla y muy despacio susurró.
— No llores, no quiero verte así. Voy a estar bien.
La mujer quería poder abrazarlo, pero debido a la mala condición del hombre eso era imposible.
— No, no estoy llorando, estás viendo mal. Sé que te vas a poner bien, Sergey... No me dejes, no mueras, no sabría que hacer sin tí, ¿Cómo voy a cuidar y criar a los trillizos yo sola? Además llevo a otro bebé en el vientre, tú... no te puedes ir.
— No voy a dejarte. He luchado tanto para recuperarte que cuando te tengo de nuevo no me voy a ir. Pelearé, Me conoces, ¿Ciert