Regresando a Londres.

CAPÍTULO DOS: REGRESANDO A LONDRES.

Alice Collins.

El cuerpo le temblaba todavía. No sabía cómo había podido dar el primer paso sin caer de bruces contra el duro suelo. Sus piernas flaqueaban, pero hizo un gran esfuerzo para llegar hasta sus niños, que la esperaban con impaciencia.

Tomó asiento junto a ellos. Soltó el aire que no sabía que había retenido y volvió a inspirar.

— Ya estoy aquí, mis amores —dijo, mostrando una sonrisa.

Con los pasaportes en la mano, abrió el primero y se encontró con una tarjeta que no reconocía. El aroma la golpeó junto al nombre escrito: Matthew Vaughn, con su número personal.

— ¿Cómo llegó esto aquí? —susurró para sí misma.

— ¡Señora! Ya podemos salir —anunció Avy.

Con discreción, Alice guardó la tarjeta en su bolso, para luego ponerse de pie.

— James nos espera —indicó Avy, señalando dónde se encontraba el chófer.

Pasaron la parte más tediosa del control de seguridad sin más contratiempos y abordaron.

— ¿Están cómodos, mis amores? —les preguntó. Su prioridad siempre sería que ellos estuvieran bien.

Los niños gritaron que sí y aplaudieron. Gritaron que verían las nubes.

— Londres nos espera —dijo Alice, más para sí misma que para ellos.

La azafata anunció que debían ajustar los cinturones, pues estaban a punto de despegar.

Alice observó a sus hijos, haciendo un chequeo visual rápido, revisando una vez más que nada estuviera fuera de lugar. Ahora Avy se encargaría de ellos, siempre y cuando sus hijos requirieran de ella.

Sacó la tarjeta nuevamente. La llevó a su nariz, absorbiendo el olor, su olor, y los recuerdos de cómo todo había comenzado la invadieron.

FLASHBACK.

— ¡Estás preciosa! —exclamó su mejor amiga Whitney—. Hoy serás la sensación de la noche —anunció con una amplia sonrisa en el rostro.

— No busco llamar la atención de nadie —le recordó Alice una vez más—. Solo vamos a divertirnos un rato. Bailar y un par de tragos, nada más —dijo, haciendo una pausa—. Mañana debo estar en el aeropuerto de Heathrow puntual.

— Sí, ajá —refutó Whitney, rodando los ojos con fastidio—. Como sea. Salgamos de aquí.

La tomó de la mano y la arrastró como si fuera una niña. Alice negó con la cabeza, pensando en lo intensa que era su amiga en algunas ocasiones, especialmente en esta.

— Necesitas salir detrás de los libros, de esa oficina y de todas tus responsabilidades —manifestó Whitney—. No te estoy pidiendo algo imposible, solo que salgas a ver la vida de otra manera.

— ¿Quién quita y encuentra a un príncipe azul y te quita la soltería? —comentó divertida, ya dentro del auto.

— Cualquiera que te escuche —replicó Alice con ironía—, pensaría que necesito una obra de caridad.

— No lo veas de ese modo; eres una mujer guapa, con buenas virtudes. Mírate, estás preciosa, cualquier hombre babearía por ti.

— El problema es que no me interesa ninguno —Alice hizo una mueca y rectificó—, o al menos no uno que me guste y me interese. No quiero sexo casual.

El silencio se instaló entre ellas por un segundo mientras el auto se deslizaba por las luminosas calles londinenses. Alice pensó que ya llegaría el hombre indicado.

— Solo disfruta la noche, amiga —comentó Whitney, más tranquila, con un apretón de manos en señal de comprensión.

Llegaron a uno de los clubes más famosos de la zona: “Mahiki”. Por fuera era impresionante, pero cuando cruzaron el umbral, se encontraron con un espectáculo adentro.

— Guau —exclamó Alice con asombro, llevando una mano al pecho y la otra a la boca.

— ¡Todo un espectáculo, ¿no?! —dijo Whitney, esbozando una sonrisa.

— Lo es —dijo Alice todavía anonadada—. Había escuchado de este lugar, pero nunca me interesó conocerlo. Esta vez me dejó impresionada —confesó.

Mahiki tenía una temática tropical y de lujo en Mayfair, así como el Club de caballeros Brooks's, y el famoso club Tramp. Tomaron un par de butacas frente a la barra.

— ¿Cóctel de la casa? —ofreció el bartender después de saludar y darles la bienvenida.

— Sí, por favor —se adelantó Whitney, que ya se encontraba bailando sobre el asiento.

Alice la miró divertida, pensando que no tenía remedio.

— ¿Qué? —Whitney extendió las manos con las palmas abiertas—. Estamos aquí para divertirnos. Después de un par de tragos…

— Cálmate —dijo Alice, levantando la mano en señal de paz—. No he pronunciado palabra —dijo, bromeando—. Estás loca —le comentó divertida.

Ambas se sentaron de espaldas a la barra. La música se extendía por el lugar, que se iba llenando de más gente. Había mesas ocupadas por grupos: uno de hombres muy apuestos, vestidos casuales pero con un porte elegante; otro de mujeres con sonrisas discretas, pero con miradas cazadoras; y otro de parejas muy acarameladas.

El cóctel llegó, y el primer trago fue una sensación en el paladar. A Alice le gustó la bebida y la disfrutó.

«No estoy acostumbrada a tomar, pero esto en especial me agrada», pensó.

Los tragos iban y venían, acompañados de conversaciones triviales y risas cómplices. Así pasaron las horas hasta que la noche cayó en su punto álgido, donde las luces se apagaron y la música retumbó en los oídos.

Los cócteles ya habían hecho efecto en Alice; ahora se encontraba bailando sobre el asiento, como lo había hecho su amiga unos minutos antes. Las luces titilaban sobre la pista de baile. Alice saltó del asiento, tomó de la mano a Whitney y la arrastró consigo, tropezando con alguien. Se adentraron en la pista y ella comenzó a soltarse, a bailar como nunca lo había hecho.

— ¡Me estoy divirtiendo! —gritó después de pasar el trago.

Su amiga asintió y le señaló su copa para brindar.

Alice movía la cabeza de un lado a otro como una maniática, y su cuerpo se movía con soltura, electrizado por la música. Sus caderas se meneaban al compás de la melodía. Las copas vacías eran sustituidas por otras, pero ella no abandonaba la pista. Estaba muy ebria, pero aún podía aguantar.

Su cuerpo en constante movimiento chocó con otro más firme y duro, haciéndola tambalear y casi perder el equilibrio.

Una mano la sostuvo, evitando su caída. En medio de la oscuridad y la confusión, no pudo distinguir su rostro, pero se dejó llevar por la música, ignorando que ya la tenía atrapada entre sus brazos.

— Te tengo, cielo —dijo él con palabras atropelladas, con una voz ronca y seductora.

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