Mariana estaba sentada en la silla del hospital, con los ojos fijos en la cama donde Nicolás descansaba. Su hijo estaba mejor, pero la preocupación en su rostro no desaparecía. La puerta de la habitación se abrió suavemente, y Sofía entró con una sonrisa cansada.
—Mariana, hola —dijo Sofía, acercándose a su amiga, con pasos sigilosos y una bandeja de comida en sus manos.
Mariana levantó la mirada y forzó una sonrisa antes de acomodarse en la silla.
—Hola, Sofía.
Sofía la observó con detenimiento. Mariana tenía el rostro cansado, ojeras marcadas y los labios apretados. Parecía que su alma cargaba un peso enorme.
—¿Por qué estás tan triste, Mariana? Nicolás ya está un poco mejor —preguntó Sofía, extendiendo una bandeja con comida y una Coca-Cola.
Mariana suspiró, tomando la lata sin ganas. Sus manos temblaron ligeramente antes de dejarla sobre la mesa.
—Andrés me quiere quitar a Nicolás —confesó en voz baja, sintiendo que su garganta se cerraba con el dolor.
Un par de lágrimas rodaron p