Astrea tenía que calmarse un poco, sacó de su bolso bandolero amarrado a su cintura una cajetilla de cigarros que tenía letras en idioma árabe, puesto que la había comprado en el Medio Oriente, y todavía le quedaba un poco más de la mitad. Puesto que consideraba que era un vicio tan tonto, pero autodestructivo.
Solo fumaba cuando la rabia estaba a punta de hacer florecer, su verdadera naturaleza. La última vez no fue nada agradable, encendió el cigarrillo y le dio una larga calada cerrando los ojos.
—Mira lo que trajo el gato… —dijo un hombre en idioma árabe, cuando la acorralaron en uno de los edificios en ruinas por los bombardeos.
—¿Una linda ratita? —contestó otro.
Su mal olor corporal, sumado al de maldad y muerte, le dio náuseas.
—Yo diría que un delicioso aperitivo —expresó el que la había sorprendido, mientras le pasaba un dedo sucio por la mejilla.
—No te equivoques —inquirió Astrea con los dientes apretados en el mismo idioma.
—Oh, si habla nuestro idioma… —se escuch