Isabella.
Mis ojos están más grandes que mi boca... bueno, es solo un decir. Pero esta mansión… es el doble, no, el triple de grande que la de mi familia. Al llegar, conté al menos diez guardias en la entrada y otros diez más repartidos en el interior. Sin mencionar a los empleados que, desde que puse un pie dentro, caminaban como hormigas bien organizadas. Iba acompañada de mi nana y al acercarnos a la enorme puerta de hierro forjado, esta se abrió lentamente como en una película de reyes y castillos.
Entonces lo vi a David.
Venía hacia mí con los brazos abiertos, sonriendo como si de verdad me hubiese estado esperando con ilusión. Me abrazó con fuerza sin darme tiempo a reaccionar. Me quedé estática. Quise empujarlo, lo juro… no me gustan los abrazos, mucho menos de alguien con quien tengo un compromiso impuesto.
—Hola, bienvenida, cariño —dijo mientras me sostenía con confianza excesiva—. Por favor, denle la bienvenida a mi prometida como se debe.
Todos bajaron la cabeza con respet