18- Aquí nadie va a tocarte.
La noche había caído sobre la ciudad como un manto pesado. Después del paseo, Nas sentía que algo dentro de ella se había aflojado, como si por un momento hubiera olvidado que vivía bajo la sombra de un hombre como Dominik. Pero esa ilusión duró poco.
Estaban entrando al edificio cuando un estruendo sacudió el aire. El vidrio de la entrada explotó en mil fragmentos, y una ráfaga de disparos rompió la calma como un trueno.
—¡Al suelo! —rugió Dominik, empujándola detrás de una de las columnas de mármol.
El sonido era ensordecedor: balas impactando contra las paredes, cristales cayendo, gritos lejanos de la seguridad respondiendo al fuego. Nas sintió cómo un pedazo de vidrio le rasgaba la piel del brazo, pero el ardor era mínimo comparado con el latido frenético que martillaba en sus oídos.
Dominik, agachado junto a ella, sacó su pistola y asomó apenas la cabeza para identificar a los atacantes. No eran improvisados: tres hombres armados, movimientos sincronizados… y un vehículo