CAMILA
No importa cuánto lo intente, no consigo que Nicolás Montenegro desaparezca de mi vida.
Lo veo en cada rincón del pueblo. En la panadería, en la plaza, en el mercado. Está en todas partes.
Y lo peor de todo es que no es solo su presencia física la que me atormenta.
Es su insistencia.
Es la forma en que me busca con la mirada cuando coincidimos en algún sitio.
Es la manera en que la gente murmura cuando nos ve cerca, como si esperaran un nuevo drama digno de telenovela.
Es el simple hecho de saber que, en algún punto de este maldito pueblo, él sigue haciendo preguntas