Una vez fuera, Arthur no esperó siquiera a que él preguntara qué era eso tan importante que quería decirle y que requería que estuvieran afuera, sino que, tomándolo por sorpresa, empuñó su mano y le asestó un golpe en la mandíbula tan fuerte que Maurice se tambaleó.
—¡¿Qué te pasa?! –le gritó cubriéndose la boca con una mano y escupiendo sangre, pues le había roto la mejilla por dentro.
—Te lo mereces, y lo sabes –contestó Arthur sacudiendo su mano—. Sí que tienes la cabeza dura.
—¡Maldita mierda! –exclamó Maurice, dándole la espalda y dirigiéndose de nuevo al interior del hospital, sabiendo que si lo que Arthur buscaba era pelea, él terminaría interno en el edificio que tenían detrás.
—¡No he terminado!