57.
El silencio duró solo un segundo, pero se sintió como una eternidad. Isabela con su ropa empapada por el contacto con la fuente, me miraba con la desesperación de un animal atrapado. El terror había desaparecido, reemplazado por la comprensión de que su secreto acababa de explotarle en la cara.
La gente de la plaza, atraída por mi grito y el chapoteo de la silla en el agua se acercaba curiosa.
— ¡Isabela hermana! ¡¿Estás bien?! — exclamé, mi voz subiendo en un tono de falsa conmoción. Me acerqué rápidamente y la abracé.
Las dos podemos itnerpretar el rol de hermanas angelicales.
Me separé de ella y me acerqué al borde de la fuente.
Fingí intentar ayudarla a levantarse de nuevo extendiendo mi mano y apoyándola bajo su brazo. Ella se agarró a mí con fuerza todavía en shock. Cuando sentí que había depositado todo su peso en mi ayuda, la solté a propósito con un movimiento sutil de mi hombro justo en el momento en que ella intentaba dar un paso hacia el borde.
Isabela perdió el equilibrio