Jorel me abrazó, llorando como solía hacerlo cuando era niño, y yo lo tomé en mi regazo y luego me lo quitaron. Todavía llevaba los castigos en mi mente... Y en mi alma.
Pero en ese momento fui capaz, a diferencia de Aneliese, de aceptar que nuestro padre no estaba allí y que todo lo ocurrido era fruto de nuestros recuerdos, un simple detonante que nos devolvía al pasado del que tanto nos habíamos esforzado por librarnos.
Mi hermano ciertamente tenía sus recuerdos, pero no eran nada comparados con los de Aneliese y los míos. Jorel era el menor, y por eso no sufrió tanto como nosotros, ya que pasó muy poco tiempo bajo el pulgar de nuestros padres. Sin embargo, recibió aún menos atención de nuestra madre, quien, cuando él nació, estaba más metida en sí misma que en el mundo en que vivía.
Hoy me doy cuenta de que era depresión, pero antes pensaba que lo hacía para no meterse en problemas con nuestro padre. Nunca fue una madre. Para mí, era una mujer que vivía en nuestra casa y de vez en