El silencio en la cocina era pesado, roto solo por la respiración entrecortada de Owen, que aún temblaba de rabia y dolor. No había notado las dos figuras que se habían detenido en el marco de la puerta del pasillo, despertadas por el tono elevado de su voz, aunque no las palabras.
Isabella y Jacob se miraron. Una sola mirada fue suficiente. No necesitaron palabras para coordinar su movimiento. Se acercaron a Owen en silencio, como dos lobos rodeando a su compañero herido. Isabella se deslizó a un lado, apoyando su cabeza en su hombro desnudo y sudado, envolviéndolo con su brazo. Jacob se colocó al otro lado, su mano grande y firme encontrando el centro de su espalda, un punto de ancla sólido.
Owen se dejó envolver, su cuerpo rígido comenzando a ceder bajo el calor y el peso familiar de sus amores. Un temblor recorrió su espalda.
—La oísteis. —Owen no estaba preguntando, sabía bien que sus parejas había escuchado la conversación telefónica con su madre.
—Oímos lo suficiente. Lo sufici