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Dulce Destino

Dulce DestinoES

Romántica
Virginia Camacho  Completo
goodnovel16goodnovel
10
Reseñas insuficientes
83Capítulos
19.7Kleídos
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Resumen
Índice

Sinopsis

DulceJefe / CEORomanceObsesiónAmor verdaderoMatrimonio por contratoalma gemela

Daniel Santos lo tenía todo: dinero en su cuenta, lujosos automóviles, buenos amigos, autoridad en la mesa de juntas, acciones en la empresa y en el club. Si lo deseaba, podía llamar una amiga, concertar una y pasar la noche con ella; una noche sin compromisos… Tenía todo lo que un soltero podía desear. Pero había algo que siempre había querido con desesperación y nunca había estado más lejos de obtener. Ella. A veces se odiaba por quererla tanto. Ella veía a través de él, ni siquiera se daba cuenta de que estaba allí… al parecer, nunca podría escalar lo suficientemente alto como para llegar a ella. Estaba tan cansado, y se sentía tan solo, siempre tan solo. Pero era incapaz de enamorarse de otra, la quería a ella.

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Último capítulo

  • 83

    Daniel no se lo podía creer, y de inmediato pidió toda la información posible a Tracy Smith, la jefa de esta oficina que hacía poco se había incorporado al GEA. Ella quiso hacer preguntas, pero se contuvo y él se lo agradeció.Le contó que lo habían contratado hacía más o menos un año, que desde entonces desempeñaba el cargo de aseador, y nunca había faltado a su trabajo, ni había pedido permiso para irse antes, ni solicitó dinero prestado. Era silencioso y hacía su trabajo con eficacia.—¿Sabía que estuvo en la cárcel? –preguntó Daniel. La mujer, que tenía un poco de sobrepeso, se sonrojó, pensando en que tal vez había cometido un error al contratarlo y sería despedida o removida de su puesto por eso.—Sí lo sabía –contestó Tracy&m

  • 82

    Dos años después del nacimiento de George, Diana dio a luz a Shandra, una nena rubia y también de ojos verdes; los ojos chocolate de Diana, al parecer, no eran dominantes, y Daniel lamentó eso, pero con ojos chocolates o no, Shandra se convirtió oficialmente en su princesa, pues no había querido quedarse sin una, y no fue difícil convencer a Diana para ir en su busca.Para entonces, ya Marissa tenía una preciosa bebé también rubia que sería la compañera de juegos de George y Shandra, y esperaban otra. David refunfuñaba diciendo que se volvería loco entre tantas mujeres, pero Agatha lo acusaba diciendo que era de la boca para fuera, en el fondo, no se cambiaba por otro.Michaela, por su parte, seguía su relación con Peter, aunque a veces tuvo que ser a larga distancia por los viajes del uno y del otro al exterior a causa de sus estudios. Sin embargo, y aunque

  • 81

    Al año de la muerte de Jorge Alcázar, y con George Santos de sólo un mes de nacido, se trasladaron a la mansión, tal como había sido estipulado en su testamento. Hugh les leyó una nueva carta de Jorge, y allí se enteraron de la verdad acerca de Esteban. No los hacía felices saber que todo lo que había sido de él pasaría a manos del bebé en cuanto éste cumpliera la mayoría de edad, ellos no necesitaban ese dinero, pero había sido la última voluntad de Jorge, y ellos, comprendiendo que si estaban juntos era por él, aceptaron su último encargo. George sería un bebé millonario; ellos sólo hacían de fideicomisarios. Daniel asumió la responsabilidad de administrar esos bienes sintiendo que no había diferencia entre una fortuna y otra; siempre demandaba trabajo. Sin embargo, habiendo aprendido de Jorge, se prometió a sí mismo no permitir que sus obligaciones se tragaran todo su tiempo, pues su mayor bien era su familia, y desde entonces, hizo todo lo posible por regresar tem

  • 80

    —A propósito –le dijo Daniel a Diana antes de que el sueño la venciera—. ¿No deberías tener la regla ya? –Diana tensó su cuerpo, hizo cuentas mentalmente, pero no atinó a sacar nada en claro, así que, casi corriendo, buscó su teléfono y verificó algo en él. Luego lo miró a los ojos.—Tengo una semana de retraso –dijo, con voz sibilante; la sonrisa de Daniel se ensanchó.—Entonces –sonrió, apoyando su peso en su codo—, parece que te embaracé. Vuelve aquí.—Una semana no es prueba de que… Dan…—Vuelve aquí –insistió él palmeando el colchón a su lado. Ella caminó lentamente a él, haciéndole caso. Se sentó a su lado y él hizo un poco de fuerza para que se acostara boca arriba. La miró largamente,

  • 79

    Pasaron un par de días, y Hugh los mantuvo informados acerca del juicio de Esteban. Lamentablemente, no pudieron darle todos los años de cárcel que hubiesen querido, pues si bien es cierto que había provocado la muerte de Jorge, no había ninguna prueba de ello, más que conjeturas. Lo de Daniel había quedado como un atentado, y con unos cuantos años en prisión, su deuda con la sociedad quedaría saldada.Furioso con el veredicto, Hugh apeló, pero sólo consiguió una orden de alejamiento contra Esteban para Diana y Daniel. Nada más.Por otro lado, Diana estaba furiosa con Hugh, pues no hacía sino traerle trabajo y más trabajo a Daniel. Constantemente se venía al pent-house con documentos que luego él leía, rectificaba o firmaba, y ella tenía que rogarle que lo dejara y se viniera a descansar. La mayoría de esas vec

  • 78

    Hugh levantó la mirada y se encontró con los humedecidos ojos de Esteban. No se dejó conmover, e hizo una mueca socarrona.—Tenía muchas ganas de leerte esta carta. Muchas ganas—. Esteban permaneció en silencio, pero Hugh no—. La otra carta, donde te pide perdón, contiene las lágrimas de Jorge, porque odió tener que escribirla; pero que tú fallaras era una gran posibilidad, la posibilidad que, al fin y al cabo, ganó. En ella, Jorge le deja tu parte también a Diana y a Daniel, pero ellos no lo sabrán sino hasta que se complete el año de la muerte de Jorge y ya Diana esté embarazada de su primer hijo, o éste haya nacido. Ese niño heredará tu parte, y no habrá nada qué hacer al respecto. Desde ahora, y para siempre, has perdido todos los privilegios de tu apellido, la consideración por parte de la sociedad, el apoyo de cual

  • 77

    Hugh se enteró del atentado contra Daniel, y fue de inmediato a verlo a la clínica en la que estaba. Diana le contó lo sucedido, y él la miró pensativo. Daniel estaba descansando ahora y no quiso despertarlo. Había quedado muy maltratado luego del enfrentamiento, tanto, que los médicos aplazaron su vuelta a casa.—No entiendo el origen del odio de Esteban hacia Daniel –dijo, muy concentrado en sus pensamientos—. Cuando Jorge lo recibió en su casa, él siguió teniendo sus privilegios; luego en la universidad, a él tampoco lo expulsaron, a pesar de ser el beneficiado del fraude que se hizo. Y después, hasta él puede decir que Daniel se ganó con creces cada ascenso en la empresa, no puede mentirse a sí mismo hasta ese punto.—Esteban no tuvo problema en hacer uso de la inteligencia de Daniel cuando le convino –explicó Diana—. I

  • 76

    Una mano de Esteban apretaba su garganta, y la otra le propinaba puñetazos en las costillas. Él también golpeaba, y aunque empleaba toda la fuerza que le quedaba, no hacía gran daño. Odiaba esto.—Pienso hacer que mueras lentamente –le susurró Esteban—. Pienso causarte todo el daño que pueda—. Apretó más fuerte su mano, y aunque Daniel intentaba alejarlo, no lograba separarlo de sí—. He querido hacer esto desde que te vi por primera vez en mi sala –sonrió.Daniel cerró sus ojos sintiéndose ahogado. No podía, no podía perder esta lucha. Empleó toda la fuerza que le quedaba y metió uno de sus dedos en los ojos de Esteban, y éste aflojó, pero no lo soltó. Aprovechó el instante de vacilación para tomar aire y empuñó su mano haciendo impacto en su nariz. Ya que no ten&iacut

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83 chapters
PRIMERA PARTE - 1
Dulce Destino/Virginia Camacho
30 años atrás Sandra Santos sólo tenía diecinueve años cuando pisó suelo americano.Una amiga de su abuela materna la había contactado cuando se enteró de que ésta última estaba gravemente enferma, así que le había propuesto irse con ella a trabajar a Estados Unidos luego de que le fallara.Sandra así lo había hecho, pero el trabajo que ella esperó era totalmente diferente a éste que le proponían. La amiga de su abuela quería hacerla una prostituta.¿Qué podía hacer? No era capaz siquiera de imaginarse usando esos vestidos tan descarados y llamativos para apostarse en las calles y atraer y seducir clientes, mucho menos se imaginaba desnuda y permitiendo que hombres desconocidos pasearan sus ávidas manos por todo su cuerpo, que, entre otras cosas, nunca había sido vi
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Dulce Destino/Virginia Camacho
 Jorge Alcázar empezó a ser demasiado consciente de la nueva chica. Ella había superado la semana de prueba, y siempre que podía, la retrasaba para conversar con ella. Al principio le había dicho que era para oxigenar su propio idioma, luego tuvo que admitir ante sí mismo que le agradaba hablar con ella. Era inteligente, tenía chispa, e ideas muy firmes.Y además era guapa.No debía estar mirando a la chica del servicio, por más que su uniforme le ajustara perfecto, e imaginara unas espectaculares piernas debajo. Por la manera de conducirse y de hablar, sospechaba que rechazaría un avance suyo, así que mejor no le hacía propuestas incómodas y seguía como hasta ahora.Pero a menudo se sorprendía a sí mismo observándola mientras limpiaba, o sacudía, o simplemente caminaba de un lado a otro de la casa.Ahora, por e
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Dulce Destino/Virginia Camacho
 Pasaron los días, y tal como Jorge temió, Sandra no se estaba mucho tiempo en la misma sala que él si sólo estaban los dos. Por más que volvió a la cocina por las noches, nunca la encontró allí haciendo sus deberes. Se preguntaba a dónde iba ahora.Decidió no prestarle demasiada atención, aunque por más que lo intentaba, ella volvía a meterse en sus pensamientos.Tenía otras cosas en qué pensar. Las tiendas que había fundado hacía sólo unos ocho años estaban creciendo de una manera vertiginosa, y estaba ganando socios que confiaban plenamente en su capacidad para llevar el negocio al éxito. En Awsome se vendía no sólo ropa y calzado, sino que ahora también estaba incursionando en todo tipo de accesorios para mujeres y hombres. La respuesta del cliente no se había hecho esperar. La mesa dire
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—¿Qué sucede, Maggie? –le preguntó Jorge Alcázar a su ama de llaves, que había intentado al menos tres veces formar una frase, pero no le era posible.—Es que… es… quiero decir…—Me estás preocupando, mujer.—Es que ella está aquí.—¿Ella quién?—¡Sandra! ¡Sandra Santos! ¿La recuerda? Hace casi veinte años ya que se fue, ¿la recuerda? ¡Y está aquí! ¡Pide verse con usted! ¿La recuerda?Por supuesto que la recordaba, pensó Jorge poniéndose en pie y saliendo de su despacho privado y caminando veloz hacia la sala, donde esperaba la mujer que hacía exactamente veinte años había cruzado esa puerta y nunca más había vuelto a ver.Cuando la vio, se detuvo en seco. Ella estaba preciosa, definitivamen
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 Jorge Alcázar respiró profundo y se puso en pie. Sandra lo miraba esperando a que él dijera algo. Llevaba un rato en silencio, y ella empezaba a sentirse inquieta.—No te pido gran cosa –dijo ella, con voz casi suplicante—. Él es un buen chico, ¿sabes? Quiere estudiar, ser alguien. Y es muy inteligente. Pero sólo tiene diecisiete años. Te prometo que es muy responsable y no te dará qué hacer. Sólo dale la oportunidad de tener un techo seguro hasta que se haga mayor y pueda valerse por sí mismo sin que deje la escuela. Es todo lo que te pido—. Jorge se giró a mirarla.—Tengo un hijo de su edad…—No te estoy pidiendo que lo tomes como hijo, ¡ni mucho menos! –lo interrumpió ella—. ¡Un trabajo aquí estará bien! Él se desempeña muy bien en todo, y sabrá ganarse el
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 Daniel llevaba por lo menos una hora de pie bajo el sol y frente al resplandor de la piscina.No pasaba nada, estaba acostumbrado a esto.Sabía que no podría entrar a la mansión hasta que se le diera orden. Con los ricos, las cosas eran siempre muy previsibles.Sandra, su madre, le había pedido que esperara aquí hasta que lo hicieran llamar. El comportamiento de ella había sido muy extraño, pues, por más preguntas que le hiciera, ella no explicaba claramente qué era lo que venían a buscar aquí. Hacía años que había dejado de ser una sirvienta y ahora trabajaba como dama de compañía de una anciana rica y excéntrica. En este trabajo no tenía ya que lavar platos o baños, sólo estar pendiente de esta mujer malhumorada, enferma y sola, darle su medicina y de vez en cuando, leerle, conversar con ella, ser su aya.
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Diana vio a su padre subir a uno de los autos acompañado de una mujer y el chico estatua de la piscina. Elevó una ceja preguntándose por qué su padre tenía ese tipo de atenciones con un par de personas que de lejos se notaba no eran de su círculo social.—¿Se fueron? –preguntó Marissa acercándose. Diana no la miró.—Papá los lleva en su coche. Esto es muy raro.—¿Raro por qué? Tu padre es un hombre considerado.—No con todo el mundo. Ese chico… creí que venía aquí por un empleo, pero ahora veo que vino tal vez con su madre, y… no sé qué pensar de todo.—No te preocupes demasiado por cosas como esta. A menos que estés pensando que, ya que tu padre enviudó, está buscando nueva esposa –Diana miró a su mejor amiga con ojos grandes de terror.
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 Las semanas empezaron a pasar, y se hizo muy normal ver a Jorge a menudo en casa. Ellos salían bastante, y a veces, llegaban un poco tarde en la noche.No le decía nada, y mucho menos le reprochaba, al fin que su madre tenía derecho a ser feliz, aunque a él no le hiciera mucha gracia; después de todo, era su madre.Pero una noche ella no regresó.Se dio cuenta porque le entró sueño y él no se dormía hasta que ella llegara. Había estado entretenido haciendo deberes, pero miró el reloj y se dio cuenta de que eran las dos de la mañana ya.Ella no tenía un teléfono móvil, era demasiado costoso, así que no tenía cómo llamarla.Pero Jorge sí, pensó, y estaba seguro de que tenían su número en algún lado de la casa.Iba a tomar el teléfono cuando éste timbr
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 Daniel no sintió que se había empapado, ni que estaba lloviendo, ni que todo alrededor se había vuelto un diluvio sino hasta que de repente el agua se detuvo. Miró arriba y encontró que alguien sostenía un paraguas para él, lo cual era inútil, pues ya estaba completamente empapado.—Si sigues aquí bajo la lluvia –dijo la voz de una chica, aunque era de sospecharse, pues ella tenía el cabello largo hasta la cintura, y tenía todos los atributos de una mujer—, te vas a resfriar, ¿sabes?Él no dijo nada, sólo miró de nuevo al frente, ignorándola.—¿Sabes? –siguió ella—, tengo un grupo de amigas—. Daniel no la miró, aunque sí se preguntó qué tenía que ver eso con él—. Nos hacemos llamar las sin—madre. Todas perdimos a nuestra madre cua
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—¿Quién rayos eres tú y qué haces en mi casa? –preguntó Esteban Alcázar al ver a Daniel sentado en los muebles de una de las salas. Daniel se puso en pie de inmediato.Lo sabía, sabía que sentarse en la sala era una mala idea, pero Jorge había insistido en que lo esperara aquí, y ahora uno de los señoritos de la casa le estaba reprochando, y él no tenía ninguna excusa, aunque sólo se había atrevido a apoyarse en la punta de uno de los muebles.—Ah… hola…—¡Qué hola ni qué mierdas! –exclamó Esteban mirándolo de arriba abajo. Sus zapatos, sus jeans, su camiseta, todo, gritaba: ¡soy pobre! –Si estás buscando trabajo, la servidumbre entra por la otra puerta, ¡y no se sienta en los muebles! ¡Qué asco!—¿Qué te da asco? &nda
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