La morgue estaba tan callada que lo único que se escuchaba era cómo todos conteníamos la respiración.
Alain, después de mirar bien, volvió a tapar el cuerpo con la sábana, con una expresión de completa locura.
—¡Esos no son mis padres!
Al oír su respuesta tan segura, sentí una tristeza que me pesó en el alma.
—¡Alain, abre los ojos de una vez! Mis suegros fueron picados muchísimo por las avispas, por eso quedaron tan mal. ¡Es normal que no los reconozcas a primera vista!
—Tu mamá todavía tiene en el dedo el anillo de oro que tú mismo le diste. Y tu papá lleva en el cuello la plaquita de esmeralda de su cumpleaños.
Alain, con la mirada perdida, volvió a revisar.
Los dedos.
El cuello.
El anillo.
La esmeralda.
Todo encajaba.
Se fue al piso de rodillas y empezó a llorar encima de los cuerpos.
—¡Papá! ¡Mamá! ¿Por qué me dejan así como así?
Lloraba sin parar, estaba roto por dentro. Toda su familia se le había venido abajo de golpe y no sabía cómo seguir.
La enfermera, que ya estaba curtida