Esa noche, Alain volvió a la casa, algo que no hacía desde hacía tiempo.
Apenas cruzó la puerta y vio mi cara hinchada de tanto llorar, perdió la calma, frunció el ceño con fastidio.
—¿Y ahora qué te pasa? ¿Otra vez con cara de tragedia? Solo se murió alguien, ¿qué te pasa? Mírate… pareces un fantasma. Das mala vibra.
Al notar el listón negro que tenía en la manga, Alain se acercó de golpe y me lo arrancó con brusquedad.
—¡No andes usando estas cosas aquí! Estás llamando a la mala suerte. Si tanto te gusta el drama, vete a tu casa y haz tu show allá.
Lo tiró al piso y lo pisoteó con rabia.
Yo lo miré sin decir nada, sin ninguna expresión en la cara, mientras me preguntaba: ¿Cómo reaccionaría si supiera que estoy de luto por sus padres?
Después de ese arranque de ira, se fue directo al cuarto y se tiró a dormir como si nada.
Yo, sin abrir la boca, agarré el teléfono e hice una llamada.
—¿Hola? ¿Es el Instituto de Entomología? Tengo unas avispas que me gustaría que identifiquen.
A la mañana siguiente, justo antes del juicio, mi abogado me dijo que todavía había una posibilidad de ganar el caso.
Sentada en el banquillo, no dejaba de tragar saliva por los nervios. En cambio, Juliette, al otro lado, se mostraba tan calmada que me sacaba de quicio, con una sonrisita apenas visible, como si la cosa no fuera con ella.
Mi abogado presentó sus argumentos con firmeza y mostró las fotos como prueba clave. Con eso, pensé que ya todo estaba encaminado, hasta que el abogado de Juliette pidió llamar a un experto.
—Creemos que la muerte de los señores no fue por la picadura de avispas. El especialista les va a explicar.
Bajo la mirada de todos, Alain apareció con un traje carísimo y zapatos brillantes, subiendo al estrado como si nada.
—Según mi análisis profesional, esta especie de avispa reina no es mortal.
Sus palabras cayeron con peso, y, de inmediato, se armó tremendo alboroto en la sala.
El juez, confiando en lo que acababa de decir Alain, declaró a Juliette inocente. Mientras yo, paralizada, miraba como ellos celebraban con una complicidad que no se molestaban en disimular. Sin embargo, en lo único que yo podía pensar era en los recuerdos de mis suegros.
Mi familia nunca me había dado cariño. Fue al casarme con Alain que conocí lo que era el afecto sincero. Sus padres me recibieron con tanto amor, y me trataron como una hija, siempre diciéndome que yo era una bendición. Me llevaban de compras y me hacían sentir importante.
Pero ahora… ya no los volvería a ver.
Y el hijo que habían criado con tanto cariño se había inventado un informe para salvar a su amante, dejándola impune, cuando ella había matado a sus padres.
Frente a la indiferencia de Alain, sentí un vacío inmenso.
—Divorciémonos. Me largo del país. No pienso seguir viviendo con alguien como tú.
Al escuchar eso, sus ojos se encendieron de furia, y, fuera de sí, gritó:
—¿Y a mí qué me importa si tus padres se murieron? ¿Después de todo el día ni siquiera puedo descansar? Encima quieres arrastrar a Juli a tus dramas. Como tu familia está en ruinas, ahora te crees con el poder de joder la vida de los demás. ¡Gente como tú realmente merece quedarse sin padres!
Alain parecía poseído. No se guardaba nada con tal de defender a Juliette.
Pero lo más irónico… era que los muertos no eran mis padres.
Sin embargo, yo no dije ni una palabra.
—Margot, nunca pensé que fueras capaz de caer tan bajo —se burló Alain, sonriendo—. Tus padres se murieron y tú lo único que quieres es vengarte de Juli. ¡No tienes corazón! ¡Eres tan fastidiosa que hasta Dios debe estar cansado de ti! Es un castigo divino que tus padres se murieran. Un escarmiento necesario.
Juliette fingió estar al borde del llanto:
—Margot, yo no tengo nada contra ti… ¿por qué me haces esto?
Al ver su cara de mosquita muerta, ya no aguanté más. La sangre me hervía de furia.
—¡Guárdate tus lagrimitas, maldita zorra!
Juliette se quedó helada. No esperaba que le respondiera así.
—¡¿Qué estás diciendo?! ¡Pídele perdón ya mismo! —gritó Alain, poniéndose entre nosotras.
El hombre que alguna vez había sido mi refugio, ahora era mi cárcel.
Sin embargo, en ese momento sonó el celular de Alain.
—Director Moreau, tengo un informe que creo que debería ver. Es sobre la causa de muerte de sus familiares...
—¡Dímelo ya! —lo interrumpió Alain, molesto—. ¡No tengo tiempo que perder!
—Es que lo pidió su esposa. Dijo que podría servir para aclarar la identidad de las víctimas. El nombre es...
Antes de que terminara, Alain cortó de golpe y gritó:
—Margot, ¡qué sinvergüenza eres! ¿Usar mis informes para culpar a Juli? ¡Ni lo sueñes! Mientras yo esté vivo, ella no pagará nada.
—Alain, contigo me siento mejor… —repuso Juliette, con voz temblorosa, pegándose al brazo de Alain—. Tenía tanto miedo…
Yo apreté los puños con toda mi rabia, con unas ganas incontrolables de pegarle.
De pronto, un asistente entró a toda prisa:
—¡Director, tiene que ver esto! Es el informe sobre la muerte de sus padres...
Alain puso cara de fastidio:
—¿Qué dices? ¡Fueron mis suegros los que se murieron! Su hija también está aquí, así que léelos de una vez.
El asistente dudaba, visiblemente incómodo.
—¿Por qué tanto lío? ¡Solo di los nombres! —exclamó Alain, haciendo un gesto de impaciencia—. ¿Ahora vamos a tenerle miedo a los muertos o qué?
Le hice un gesto al asistente para que leyera. Quería ver cuánto le duraba la cara de tranquilidad de Alain.
—Informe sobre incidente mortal por picadura de avispa reina... —dijo el asistente, con voz temblorosa—. Fallecidos: Rodolfo Moreau y Dolores Salinas...
La cara de Alain se transformó en cuestión de segundos. Agarró el informe de un tirón, y sus ojos se abrieron de par en par, enrojeciéndose al instante. Tenía los puños apretados con fuerza.
Y entonces, gritó como si el alma se le rompiera:
—¡No puede ser!