Cuando escuchó lo que dijo Juliette, los labios de Alain empezaron a temblar sin control.
Así era… para llegar hasta donde estaba, había pagado un precio altísimo.
Cada noche, cuando todo quedaba en silencio, le venía a la cabeza esa infancia llena de burlas y problemas.
Los demás chicos le decían bicho raro, se le reían en la cara, lo dejaban atrás.
Y ahora que era director del instituto, esa misma gente venía a pedirle favores, a hablarle con una cortesía que le daba asco…
Todo eso alimentaba su torcido corazón.
No podía imaginar lo que sería caer desde ahí. Volver a ser el hazmerreír de todos.
Los recuerdos de su niñez lo envolvieron como una nube negra.
Juliette, que se dio cuenta de su titubeo, se le acercó con voz suave:
—Alain, solo yo puedo entender lo que estás sintiendo. El dolor por tus papás… eso con el tiempo se calma.
—Yo voy a estar a tu lado siempre. ¿Qué lazo es más fuerte que compartir un secreto de este estilo?
Una sonrisa retorcida se le dibujó en la cara, tan macab