Donde duerme la culpa
Donde duerme la culpa
Por: Maria de Carmen
Capítulo1
—Liam, muchas gracias por todos estos años en los que me has guiado. Siempre te recordaré con gratitud —dije, entregándole mi carta de renuncia a mi supervisor.

Él la tomó, la leyó rápidamente y me miró, atónito.

—¿Vas a renunciar?

Asentí, manteniendo la calma.

—Voy a cambiar de trabajo. Ya no quiero ser asistente legal. Además, el padre de mi hija está en el extranjero y quiero ir a buscarlo.

Liam se quedó sorprendido, antes de, sin pensarlo, decir:

—Yo creía que el padre de la niña había muerto... —Enseguida se dio cuenta de su error e, incómodo, sonrió—.Perdón, se me salió.

Apenado, intentó convencerme de quedarme.

—Una lástima gigante. Eres muy buena en lo que haces. ¿Por qué no te quedas y sigues trabajando con nosotros?

Con una pequeña sonrisa, le dije que no. A decir verdad, el padre de mi hija no estaba muerto, pero era como si lo estuviera. Y, por muy competente que yo fuera, seguía siendo solo una asistente.

Después de intercambiar unas palabras cordiales con Liam, y tras obtener su aprobación, comencé el proceso de entrega de mi puesto y hablé con mis compañeros.

En la sala de descanso, vi a Jeison Girard conversando con Zinnia Franco, con mucha confianza. Jeison no solo era el fundador del bufete y mi jefe, sino también era el padre de mi hija.

Ocho años atrás, entré a la firma como su asistente.

En una cena, ambos nos emborrachamos y terminamos acostándonos. De ahí había nacido la niña.

Nos casamos por eso, pero fue un matrimonio oculto.

Él no me quería, y, por extensión, tampoco a nuestra hija. Ni siquiera le permitía que lo llamara «papá».

En cuanto a Zinnia, era la mujer que lo había acompañado desde la infancia. Entre ellos había una relación de años.

Los dos estaban sentados, tan pegados que parecían inseparables. Zinnia estaba prácticamente recostada en él.

Él la miraba con ternura y sonreía. Me pareció ver que le estaba dando besitos en la frente.

¡Así, en la oficina! ¡Qué descarados!

No pude evitar acercarme, olvidándome de los modales en el trabajo.

—Jeison…

Él levantó la vista y me miró molesto.

—¿Tiene algo que decir, Leclair?

Su tono profesional dejaba en claro que yo no era más que una asistente. Su rostro mostraba indiferencia.

Reprimí mis emociones y con la cabeza gacha respondí:

—Nada, jefe. Solo venía a servirme agua. Lo vi y quise saludar.

Él solo asintió. Luego pareció recordar algo y me miró con seriedad.

—Ah, cierto. Pásale a Zinnia el caso de derecho financiero que estás manejando.

Me quedé helada. Cuando respondí, me salió un tono algo brusco:

—Pero ya casi termino con ese caso. Está por firmarse el contrato.

Él alzó una ceja, molesto.

—Te dije que lo entregues. ¿Vas a cuestionarme?

Se levantó y se fue, sin darme oportunidad de discutir.

—Yo lo haré lo mejor posible. Mil gracias, asistente Leclair.

Zinnia me miró con una sonrisa orgullosa y fue tras él.

Me reí. ¡Qué buena jugada!

Ese caso de derecho financiero iba a firmarse y generaría una jugosa comisión. Al darle el caso a Zinnia, Jeison le estaba entregando directamente esa comisión.

¿Cuántas veces había pasado lo mismo?

Perdí la cuenta.

No importaba cuánto me esforzara o qué tan buenos resultados yo le diera, él siempre me ignoraba. Les regalaba mis logros a otras mujeres solo para caerles bien.

¡Qué cruel!

Encima de todo aquello… estos días, mi hija ha estado pegada a mí, preguntándome:

—Mamá, para el evento deportivo y mi cumpleaños mañana… ¿vendrá papá?

No sabía qué responderle.

Le escribí, lo llamé, pero él no contestó. Sin embargo, en el perfil de Zinnia, vi fotos de ambos en el cine.

Los comentarios debajo eran puras felicitaciones y bendiciones de los compañeros de trabajo, diciendo que hacían buena pareja. Algunos incluso ya pensaban en la boda.

«¡La pareja perfecta!»

«¡Que viva el amor, invítenme a la boda!»

Reprimí la tristeza que sentía y seguí esperando su respuesta.

Esa noche, él no vino a casa, ni mandó un solo mensaje, por lo que me emborraché sola.

Sabiendo que su corazón ya no estaba con nosotras, aun así seguía aferrada a esa ilusión.

¡Estúpida!

Si no había amor, ¿para qué forzar las cosas?

«Jeison, te dejo en libertad».

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