En uno de los salones de belleza más exclusivos de Vancouver, Cathy se entregaba al placer de las manos gentiles que le aplicaban un rítmico masaje facial.
El aire, impregnado de lavanda y agua de rosas, arrullaba sus sentidos hasta que la vibración insistente de su reloj inteligente la arrancó de su plácido reposo.
Abrió los ojos visiblemente irritada. "¿Sí?" Contestó secamente a la llamada.
"Señora, soy Jacqueline, la secretaria del señor Charles", respondió una voz firme al otro lado de la línea.
Cathy escapó un suspiro cargado de impaciencia. "Dime".
"El señor Charles ha invitado a Sofía Lancaster a su despacho y me ha ordenado alejarme de mi escritorio", informó.
Al escuchar ese nombre, el rostro de Cathy se congeló.
"Sofía Lancaster", repitió, como si saboreara cada sílaba.
La esteticista, que seguía aplicando cremas sobre el rostro de Cathy, intentó aliviar la tensión.
"Es la mujer más guapa de todo Vancouver", comentó en voz baja. "Una modelo muy famosa, en sus tiempos".
A Cat