Todos en el salón de baile conocían una regla no hablada:
Nunca te metas con los Kane.
Así que cuando este don nadie al azar abofeteó a Bella Kane en la cara, se sintió como si el tiempo mismo se congelara.
Todas las cabezas se voltearon, mandíbulas colgando abiertas. El suspiro fue casi un ahogo colectivo.
—¿Está loco de remate? —murmuró alguien.
—Realmente golpeó a Bella Kane... Debe tener deseos de muerte.
Un silencio cayó, espeso con miedo e incredulidad. Por tanto tiempo como cualquiera recordara, Bella era quien repartía el tormento—nunca al revés.
En ese momento, lo impensable había pasado.
Bella se tambaleó en sus tacones, mano presionada contra su mejilla ardiente.
Sus ojos estaban amplios con partes iguales de shock e ira.
Nadie, nadie, se había atrevido jamás a ponerle un dedo encima.
—Tú... —escupió, voz quebrándose—, te atreves... ¿te atreves a golpearme?
Álex sintió adrenalina sacudir sus venas. Había atacado antes de pensar; una parte de él odiaba haber golpeado a una mu