Enrique se mantuvo erguido aunque las rodillas le temblaban bajo la mirada de Álex. El orgullo no le permitía retroceder. Después de todo, si se rendía ahora, jamás se lo perdonaría.
—¿Matarme? ¿En serio, hermano? ¿Qué te crees, un sicario profesional o qué? —escupió Enrique jadeando—. Te voy a decir una cosa: si me tocas así nomás, tu cuerpo va a quedar como confeti.
Álex arqueó una ceja y le dio un golpe en la nuca con tal fuerza que Enrique se tambaló sintiendo como si un camión le atravesara el cráneo.
—¿Confeti, eh? —se burló Álex acercándose—. Casi te vuelo la cabeza, ¿y sabes qué? Aquí sigo. Mira, amenazaste a mi familia, así que ya se acabaron las reglas. ¿Estás listo para morir? Te puedo hacer el favor ahora mismo.
Enrique tropezó con el corazón latiendo fuerte. Podía sentir la muerte en el aire, y no era nada como su charla vacía. Cayó de rodillas y se tragó la vergüenza como un cuchillo en la garganta.
—P-por favor —tartamudeó bajando la cabeza hasta tocar el suelo—. Me equi