Tres días en la isla privada lo habían cambiado todo.
Kelly, conocida por un comportamiento tan gélido como el invierno, finalmente bajó su escudo.
En ese breve lapso, le mostró a Álex una ternura y calidez que nunca había compartido con otra alma.
Por su parte, Álex cerró las puertas al resto del mundo, permitiendo que Kelly se convirtiera en su universo entero.
Forjaron recuerdos tan íntimos y delicados que ninguno se atrevió a compartirlos con nadie más.
En la última tarde, Álex se paró en la playa, observando cómo el helicóptero de Kelly aterrizaba en un remolino de arena y viento.
Ella subió, y el motor rugió con vida.
Él tragó con dificultad mientras la aeronave se elevaba del suelo, haciéndose más pequeña en el cielo iluminado por el sol hasta desaparecer en el horizonte.
Una melodía familiar resonó en su mente, un estribillo agridulce:
"Una vez pasé la noche en la misma habitación,
Bebí su agua,
Comí las sobras de sus comidas.
Besé sus labios y la abracé hasta el amanecer.
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